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Parece que no funciona
Fecha de Publicación: 05/07/2013

 ¿Escribimos la historia?

(Ensayo)

 

Teorema
J. Fernando García Molina
Pi, Plaza de Opinión www.OpinionPi.com

 

Fecha de Publicación: junio de 2013 Tema: Historia

Antecedentes

Se dice que el conocimiento se encuentra disperso en la sociedad; en una de sus clases, Willy Forno hizo un experimento buscando demostrar ese precepto. Identificó un tema del que todos sus alumnos en la clase sabíamos algo, unos muy poco, otros más, pero ninguno siquiera la mitad. Bajo su dirección, entre todos armamos la historia completa.

Eso es lo que está atrás de este experimento. El tema es el período de nacimiento auge y finalización de las actividades guerrilleras en Guatemala. Primero, escribí una historia muy simplificada, solo con las pinceladas básicas de lo sucedido. La hice con lo que guardaba mi recuerdo, sin recurrir a documentos y otras referencias escritas. Traté de ser justo, pero sabía que era un intento vano. Hay mucho de por medio. Las vivencias propias y ajenas adentro de uno dejan huellas que dificultan la ecuanimidad.

Me reconozco novato en el tema histórico, desconocedor de las técnicas y procedimientos que emplean los historiadores. Pienso que a diferencia de estos, los legos solo necesitamos un poco de atrevimiento y fiarnos de la memoria, que ha registrado todo lo vivido, visto, leído… Lo que ha percibido y nos ha impactado. Pero la memoria puede ser una traidora. Se la distingue por su condición de pérfida.

Resuelvo esta dificultad ubicando a varias personas con un alto nivel académico, además, ellos deberían haber vivido cuando sucedieron los acontecimientos. Otros, que no tuvieran experiencias propias deberían ser estudiosos de la historia. Evito a quienes hayan sufrido esa guerra directamente. Les explico el propósito y les pido participar agregando pasajes que yo no conocía o señalando inexactitudes en lo escrito. Les envío el documento y me pongo a esperar…

En tanto, advierto que muchas de las referencias escritas, en su oportunidad  tuvieron el mismo problema y quienes las escribieron acaso solo fueron más audaces, o más irresponsables, al afirmar con énfasis algo que solo revoloteaba en su recuerdo... También está la obra realizada por historiadores serios. Ellos son prolijos, profilácticos, necesitan un documento que dé apoyo a cualquier afirmación, antes de escribirla. Sus libros están llenos de nombres, fechas, referencias, muchas referencias…

Por lo general, la gente evita la lectura de textos formales y las obras disponibles no siempre son de historiadores serios. Muchas veces, demasiadas veces, son de novatos que se hacen pasar por historiadores y aún peor, de profanos que escriben a propósito y a sabiendas, lo que no fue. De legos que por intereses ideológicos cambian los hechos y ocultan lo que no les conviene, como si la historia fuera cosa de conveniencias particulares o de grupos. Ellos no tienen equivocaciones ni malas percepciones, tienen intereses.

La espera fue retribuida con unos pocos que decidieron entrarle al proyecto. Afortunadamente, uno de ellos fue el connotado historiador Carlos Sabino, quien generosamente leyó lo que yo había escrito y calificó mis oraciones como a) exactas, b) no, no fue así, fue de tal manera… o c) agregando fechas o completando mis razonamientos y aportando puntos de vista suyos.

Me dio mucha tranquilidad tener el visto bueno suyo. Por otro lado, con la orientación que me había proporcionado Carlos, cambié aquello con lo que él no estaba de acuerdo e incluí absolutamente todos sus comentarios e indicaciones. Rehíce gran parte del original y se lo reenvié con mucha aflicción, sabiendo que abusaba de su generosidad.

La guerrilla nace con el alzamiento militar del 13 de noviembre de 1960. Entonces, yo recién había cumplido 15 años y no me enteré de nada. Estaba por iniciar el bachillerato en un colegio evangélico de Quetzaltenango y mi memoria registra absoluta ausencia de referencias a ese hecho. Estoy convencido de que ninguno de mis condiscípulos estaba al tanto. Sin embargo, en colegios católicos como el Javier y el Monte María, estudiantes de la misma edad ya recibían información  y adoctrinamiento no solicitado.  Yo me enteré hasta que empecé a estudiar ingeniería en la USAC, en1963.

Mi primer semestre en la Universidad fue sumamente convulsionado por las protestas que apoyaban los grupos estudiantiles y que terminaron con el derrocamiento de Ydígoras Fuentes. Los años siguientes fueron de leer periódicos, escuchar noticias, ver el único telenoticiero de la época y discutir, principalmente discutir mucho, especialmente con otros estudiantes, sobre lo que sucedía.

Creo que para apreciar en su justa dimensión lo acontecido durante 1982, por ejemplo, y tener alguna capacidad para analizarlo y sacar conclusiones válidas, uno habría debido contar con por lo menos 10 años de antecedentes vivenciales (o haber estudiado formalmente los textos que lo referían) y haberlo hecho teniendo al menos 17 años de edad. Eso conduce a personas que habrían nacido en 1955 o antes, individuos que ahora tienen una edad de 58 años o más, lo que comprende a solo 8.6% de la población. Si tomamos en cuenta la ruralidad de entonces, podemos afirmar con certeza que quienes vivimos esa historia somos menos que 8% de la población actual. El restante 92% la habrá leído en libros, folletos o las crónicas que eventualmente publica la prensa escrita.

Entonces, los testigos presenciales del conflicto, en sus inicios, por razones etarias, somos pocos, demasiado pocos. Alrededor de 1 de cada 15 guatemaltecos tenemos vivencias adultas de lo acontecido. Y eso nos causa cierto compromiso de dar testimonio a los más jóvenes de lo que nos tocó presenciar en esos momentos, directamente o por los medios de comunicación. Pero el recuerdo falla cuando la impresión no es profunda.  

Por ejemplo,  durante los 5 gobiernos sucesivos que fueron presididos por personas con formación militar, entre 1970 y 1985, quienes lo vivimos tenemos mejores recursos nemotécnicos que quienes sólo lo conocieron por referencia oral o escrita. En cambio, quienes vivieron el terremoto de 1976, aun siendo niños entonces, lo recuerdan porque su impacto fue emocional, muy fuerte. Pero recordar lo que haya hecho o dejado de hacer Romeo Lucas como Presidente del Comité de Emergencia durante ese siniestro, eso son otros 10 pesos.

Entonces, es muy difícil para la mayor parte de la población dimensionar adecuadamente la amenaza comunista  y la situación de destrucción física y social que a largo plaza significaba. Desde luego, hay que exceptuar a los estudiosos de esos temas, cuyo conocimiento no puede ser invalidado por razones de edad. Pero ellos son aún más pocos y no llegan a cambiar ese 8%.

Aún para ese reducido porcentaje, evaluar a Ríos Montt, por ejemplo, resulta difícil. Por un lado está su historia en el siglo pasado, donde hay luces, como la de su negado triunfo en las elecciones de 1974. También en 1982, cuando siendo Jefe de Estado consiguió detener la amenaza subversiva y sanear las finanzas, así como reducir la corrupción que ya había alzado vuelo en el gobierno de Lucas.

En cambio en este siglo, posiblemente lo mejor que hizo fue su discurso ante el sesgado tribunal de la juez Barrios. Así, para la enorme población con menos de 50 años, necesariamente lo que más pesa es la imagen del político del FRG, que se autonombró presidente vitalicio del Congreso por 4 años, en los cuales no hizo sino apañar al nefasto gobierno de Portillo. Al hombre que fue la razón del Jueves Negro o al padre que hace general a un hijo que termina enfrentado cargos por robo, pero que, merced a las influencias de su padre es intocable...

La Historia

Sucedió el 13 de noviembre de 1960. Un grupo de militares se rebeló en contra de procedimientos internos dentro del ejército. Pedían la destitución del Ministro de la Defensa y la depuración de militares de alto rango, quienes habían permitido que se utilizara el territorio nacional para entrenar tropas extranjeras preparándolas para invadir la Bahía de Cochinos en Cuba.

Al cuarto día de acciones, el movimiento fracasó. Muchos insurrectos fueron apresados, hubo muertos en ambos bandos y unos 70 insurrectos se fugaron. Habiendo sido una intentona cruenta, de ser atrapados habrían quedado expuestos a un juicio militar por insubordinación agravada con homicidio, lo que contempla penas severas.

Cuatro meses después, 23 de ellos ingresan clandestinamente a Guatemala e inician contacto con partidos políticos, incluidos de derecha como el MLN, su propósito es derrocar al Gobierno. Pero encuentran los caminos políticos cerrados. A fines de 1961, principios de 1962, se autodenominan “alzados en armas” y definen su rebelión como una en contra del gobierno autoritario y corrupto de Ydígoras. Después, por influencia cubana y de la juventud del PGT, pasan a  afirmar que su lucha es a favor de los derechos de los pobres y en contra de los oligarcas que los explotan y que causan su pobreza...

Entonces, ese era un buen discurso, y sobre esa base se constituyen en frente guerrillero. Ahora, además de haber desarrollado un planteamiento que les favorecía para captar fondos, habían atraído la mirada de sectores y países interesados. La entonces URSS, tenía grandes intereses en el área. Cuba había hecho fracasar la Invasión de Bahía de Cochinos (abril, 1961) con el apoyo soviético. Ambos Estados, aprovecharon la coyuntura que ofrecía el movimiento guatemalteco para exportar la revolución cubana.

Establecieron contacto con Ernesto Guevara quien había vivido en Guatemala años atrás. Consiguieron ser entrenados en Cuba y equipados por la URSS. Sin embargo, parte de la estrategia insurgente internacional, consistía en el secuestro de personas con cuyos fondos buscaban autofinanciarse.

Al principio y durante muchos años, el discurso guerrillero a favor de los pobres no incluía a los indígenas, los guerrilleros eran tan racistas como el resto de la población; no más, pero tampoco menos. Para muchos jóvenes enlistarse en la guerrilla también significaba la oportunidad de salir de Guatemala con viaje y estadía financiada (no les importaba mucho por quién), conocer otros países...

Claro, muchos tenían el pecho lleno de ideales; pero no todos. Al fin y al cabo eran jóvenes como todos los demás, excepto por que estaban dispuestos a correr riesgos que otros no. Los guerrilleros recibieron entrenamiento en el extranjero, principalmente en México, Cuba y países de la esfera socialista así como en otros países de Latino América, donde participaron en una especie de intercambio con otros movimientos subversivos.

Sus filas fueron engrosadas por jóvenes salidos del bachillerato, principalmente del Liceo Javier y Liceo Guatemala, colegios que entonces educaban a los hijos de la élite capitalina. También se unieron egresados de otros colegios e institutos  nacionales y hubo muchos universitarios que se adhirieron a la guerrilla.

Habían logrado encender el fuego revolucionario en esas minorías, aunque sus llamas nunca llegaron a la población en general. La gran mayoría de jóvenes educados en colegios evangélicos o con esa religión no se involucraron. Los indígenas de entonces, antes del proceso de ladinización, tampoco lo apoyaron. Ni los obreros en las ciudades ni los trabajadores agrícolas en el campo adoptaron masivamente las ideas revolucionarias cubanas.

El grupo original de los años 60, creció y se volvió temible, destruyeron infraestructura, asesinaros finqueros, embajadores, políticos, indígenas; secuestraron, robaron, violaron mujeres… Hicieron honor al calificativo de terroristas. Fricciones internas entre ellos terminaron en escisiones, conformando 4 grupos guerrilleros. Algunos se identificaban más con Cuba, otros con la URSS y unos más, con China o Vietnam. Pero en el fondo, todos eran marxistas y promovían el socialismo. De manera espontánea, no planificada, cada grupo se asentó en un área distinta del país, cuyos límites respetaban.

Aquellos que operaban en la región Occidental empezaron a recibir indígenas, a quienes buscaban convencer de unirse a ellos, a veces con éxito. Esa convivencia íntima, entre otros factores, sí incidió en reducir la discriminación racial hacia los indígenas.

Por su parte el ejército se había popularizado. Las familias de la élite dejaron de ingresar a la escuela de oficiales y los jóvenes, entonces con mejores posibilidades de financiar sus estudios y con más acceso a universidades, también fueron abandonando eventuales vocaciones militares. Esto abrió mayores espacios para que la población indígena, que antes solo podía ingresar como soldados, ahora pudiera optar a la carrera militar.

Las constituciones anteriores a la de 1985 ordenaban un servicio militar obligatorio para todos los ciudadanos. En la práctica, este afectaba principalmente a la población indígena del área rural y a las personas más pobres. Los estudiantes, no necesariamente ricos, pero sí con mejores posibilidades, en vez del servicio militar obligatorio, pasaban a formar parte de las llamadas “reservas”, que debían recibir formación militar durante los fines de semana. Práctica que se fue debilitando paulatinamente cuando el Ejército sospechó que podían estar entrenando a quienes después pasarían a formar parte de la guerrilla.

Además, desde mediados de los años 50, se había ido formando cierta rivalidad entre estudiantes de la Escuela Politécnica y estudiantes de la Universidad de San Carlos. Así, el ejército progresivamente fue quedando integrado, casi exclusivamente por soldados provenientes de la población indígena, por las personas más pobres del país y por personas de muy baja escolaridad. Muchos soldados aprendieron a leer y escribir dentro de los cuarteles del Ejército.

 

El fin de la guerra

Cuando se agudizó la guerra no declarada, los voluntarios dentro del Ejército fueron cada vez menos. Esto hizo que se agudizara la conscripción obligatoria. El Ejército llegaba a las aldeas, pero al advertirlo, los más jóvenes salían corriendo y buscaban esconderse. Les resultaba difícil pues sus perseguidores antes habían sido perseguidos y sabían cómo encontrarlos. La persecución era implacable. Cuando los atrapaban, eran atados por la espalda y de esa forma los llevaban a los cuarteles. El proceso de captura era idéntico al seguido para atrapar a un criminal. En la guerrilla sucedió algo parecido, aunque hicieron mejor uso de la persuasión y de otras estrategias como crear odio hacia el ejército.

Los guerrilleros tenían a su favor un mejor discurso para convencer a la gente de unirse a ellos. Sin embargo, se trataba de gente muy pobre que necesitaba del trabajo de esos jóvenes para subsistir. Además, excepto por el corto período de optimismo que siguió al triunfo sandinista en Nicaragua, las expectativas de éxito para la guerrilla eran exiguas y eso lo sabían todos. Se decía que se trataba de una guerra de muy largo plazo, donde el éxito radicaba en sobrevivir un año más, a veces menos.

Por otra parte las condiciones que la guerrilla ofrecía a su tropa eran inferiores. En ambos bandos, se trataba de una vida muy dura, pero del lado guerrillero, el aprovisionamiento de víveres y el cuidado de enfermos o heridos, era aún más difícil. Los campamentos guerrilleros eran champas con nylon por techo y paredes. Las camas eran varillas de bambú o similares. El ejército pagaba un sueldo miserable para los gastos personales de los soldados pero la guerrilla no pagaba nada a los suyos, aunque a veces sí distribuía parte de lo que resultaba del pillaje.

Así, en muchos casos, los argumentos patrióticos inicialmente utilizados por la guerrilla, fueron sustituidos por la amenaza de matar a los miembros de la familia si no los acompañaban en su actividad bélica. La guerrilla introdujo entre sus filas un sentimiento de odio profundo hacia los soldados, que le facilitaba en alguna medida ganar adeptos. La estrategia fue demonizarlos, convertirlos en responsables de todas las muertes, de todos los males. Cuando sucedía alguna barbarie cometida por el ejército (y sucedieron muchas) la guerrilla la refería generalizándola como algo cotidiano. En cambio los soldados no experimentaban ese sentimiento, al menos no con la misma intensidad, hacia sus adversarios guerrilleros. El enfrentamiento fue entre hermanos. La inmensa mayoría de víctimas fueron personas indígenas.

Murieron muchos individuos, unos 38,000 estiman historiadores serios, con base en datos que se pueden documentar. Otros, menos formales, hacen cálculos de tendencia y proyecciones de población, llegando a cifras de 200,000 y algunos hasta 350,000, casi diez veces más de lo que se puede documentar. Es fácil deducir que esos números son exageradamente altos.

El Ejército siempre superó en número a la guerrilla (la proporción era próxima a 8 soldados por cada guerrillero). La guerrilla, por su parte, aventajaba al Ejército en audacia, principalmente dentro de la táctica de golpear y escapar. Hubo emboscadas y matanzas de uno contra otro, en ambos bandos. Aunque los ataques sorpresa, las emboscadas, por ejemplo, fueron más frecuentes de la guerrilla contra los soldados. Para ellos era una parte fundamental de sus procedimientos de lucha.

Los guerrilleros proclamaban sus emboscadas al ejército y referían el número de muertos causado en sus enemigos con cierto orgullo. El Ejército siempre fue más cauto al dar declaraciones de ese tipo. Lo más probable es que hayan muerto más miembros del Ejército que de la guerrilla. Las mejores estimaciones se aproximan a dos soldados muertos por cada guerrillero que fallecía. Un máximo de 5,000 soldados y también un máximo de 2,000 combatientes guerrilleros, para un total, siempre máximo, de 7,000 guatemaltecos fallecidos. El resto fueron civiles, atrapados entre dos fuegos y víctimas deliberadas, tanto de la guerrilla como del Ejército.

Aldeas enteras fueron masacradas, por apoyar al bando contrario. La idea predominante era que en proporciones iguales. Sin embargo, los hallazgos posteriores y las denuncias efectuadas en los medios de comunicación indican que la proporción fue dispar, que el número de masacres y de personas civiles muertas fue mayor por el ejército que por la guerrilla.

Conclusiones: Dadas esas condiciones ¿pudo haber genocidio? Si entendemos este como “...la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso...”  ¿pudo suceder? ¿Cómo? Si terminó siendo una guerra entre hermanos. Es de enorme importancia subrayar la palabra intención. En mi opinión, si no hubiera interés extrajudicial de por medio, las acusaciones serían por asesinato, matanzas, por masacres, si se quiere, pero no habría hoy lugar para el término “genocidio”, como no lo hubo antes.

Aunque algunas de las historias de vida planteadas por los Ixiles parecieran haber sido preparadas, muchas tienen un fondo de verdad, de dolor, que exige justicia, si es que se puede hablar de justicia cuando ha pasado tanto tiempo. Sabino piensa, con absoluto desinterés hacia la conveniencia del acusado emblemático y de otros que puedan serlo en el futuro cercano, que lo mejor es siempre una total amnistía. La “justicia” no acaba nunca y reabre todo el tiempo heridas. Peor aún, se tiende a politizarla, como ha sucedido en este caso.

Hay crímenes, hay abusos, hay violencia, luto, destrucción, muerte..., también, habrá responsables. Pero si empezamos a buscarlos y a castigarlos no acabaríamos nunca, acota Sabino. Me uno a Sabino y agrego que las víctimas o sus descendientes no podrán enterrar jamás lo que aconteció. Pero los guatemaltecos, como nación, no debemos permitir que lo ocurrido determine nuestro porvenir. No podemos dejar que ese pasado cruel y tortuoso, evite nuestra búsqueda de desarrollo, crecimiento y felicidad. 

El anterior es un esbozo rápido y superficial de lo sucedido en tantos años de enfrentamiento. La intervención de Carlos Sabino revisando, corrigiendo y comentando mis notas originales me hace confiar que no hay imprecisiones importantes. Pero algún lector podría querer conocer más detalles. Si ese fuera el caso, me permito sugerir el muy bien documentado libro de Carlos Sabino, Guatemala, la historia silenciada (1944 – 1989), editado por el Fondo de Cultura Económica, 2008. El suyo es un trabajo que se basa, principalmente, en buscar referencias escritas, aunque también viaja a las regiones donde sucedieron los hechos y entrevista a personas que lo vivieron o presenciaron. Es entonces un libro objetivo, desapasionado, uno que no toma partido.

También puede resultar interesante la lectura del libro de Gustavo Porras, Las Huellas de Guatemala, editado por F&G Editores, Guatemala 2009. Se podría decir que el libro de Porras es la antípoda del de Sabino en lo subjetivo de uno y lo objetivo del otro. Escrito en primera persona, es un trabajo apasionado, auto biográfico, donde relata, lo que vio y vivió a lo interno de la guerrilla, tanto en el área rural como urbana, en Guatemala y en otros países.

Epílogo

En cualquier guerra los hombres mueren y, lo que es peor, matan.
J.L. Borges

Durante la guerra, los subversivos destruyeron propiedad privada, secuestraron personas, hicieron todo el robo y extorsión que pudieron. Hay muchos casos de “ajusticiamiento” que en la práctica fueron asesinatos, a sangre fría. Cuando los guerrilleros se apoderaban de una finca, tomaban a los propietarios como rehenes, consumían sus alimentos, reunían a los trabajadores y justificaban su crimen difamando al dueño, era frecuente que violaran a su esposa, hijas y personal de servicio. Robaban cuanto podían, se llevaban las aves y el ganado, el saqueo era completo. Después quemaban las instalaciones y la casa patronal (algunas veces, con los propietarios adentro) y se marchaban.

Han pasado más 16 años desde cuando se firmó la paz. Esta, paradójicamente fue firmada, entre otros, por un ex guerrillero en nombre del Estado y un guerrillero en activo, ambos con parentesco político cercano. En su esencia, los acuerdos de paz fueron redactados por los insurgentes. Se dice que es por ello que en la estatua alegórica, en el Palacio Nacional, las dos manos que sostienen la rosa de la paz son izquierdas.

Algunos ciudadanos, la élite con mayor educación y ética más estricta, personas radicales en sus apreciaciones de lo que es correcto, se opusieron a la firma de tales acuerdos. Razonaban que la guerrilla había sido derrotada por el ejército, por lo cual suscribir una paz negociada no tenía sentido. Negaban al Estado la representación para sentarse a discutir con individuos que habían cometido crímenes. Aseguraban que el acto era legalmente inválido pues la guerrilla carecía de representación jurídica, que era una organización de hecho. Pero abandonar la guerra tenía muchos beneficios, incluso de imagen política, y Álvaro Arzú quería ser recordado como el Presidente de la Paz.

Las víctimas o sus deudos debieron presenciar impávidos cuando el entonces Presidente Arzú explicó la necesidad de una amnistía total para los subversivos. Pero tanto la población en general como prácticamente todos los sectores querían la paz. No les importaba sacrificar la justicia. Si era ilegal o no, les daba lo mismo. La población estaba harta de los asaltos, de la destrucción de infraestructura, de los gastos militares, de la falta de seguridad… La gente confiaba que todo eso cambiaría si se firmaban los acuerdos de paz. Nadie entendía por qué habría de seguir la inseguridad, muerto el chucho (la guerra) se acabó la rabia, se pensaba.

La Paz, quedó establecida como un valor que se anteponía al de la Justicia. La inmensa mayoría de ciudadanos, incluyendo a quienes habían recibido los golpes directos del enfrentamiento así lo entendieron. La sociedad recibió a los subversivos, olvidando su pasado y se mostró dispuesta a reconocer sus habilidades y aptitudes. A quienes tenían facilidad para expresarse de forma escrita, los periódicos abrieron sus páginas de opinión. De manera similar otras instituciones y empresas hicieron lo propio. El sentimiento era que debían ayudarlos a dejar de ser ex guerrilleros, favorecer que pudieran convertirse en ciudadanos.

Casi 3 años después, en 1999, hubo elecciones generales. Álvaro Colom participó en representación de la URNG pero solo obtuvo 12% de la votación. La ex guerrilla aseguró que no había tenido suficiente tiempo para organizarse, que Colom era pusilánime y un pésimo candidato. Lo hicieron responsable de la derrota y rompieron relaciones con él.

Aunque no suscribió el documento, el comandante guerrillero Gaspar Ilom, también conocido como Rodrigo Asturias, hijo del Premio Nobel de literatura  1967 (quien padecía un racismo intenso, capaz de irritar a cualquiera), fue el principal negociador de los Acuerdos de Paz. Cuatro años después del fracaso electoral de 1999, la URNG participó en la votación de 2003 con su más emblemático líder, Gaspar Ilom, como candidato a la presidencia. El también ex comandante guerrillero Pablo Ceto fue candidato a la vice presidencia. Proponían en su programa de gobierno, hacer por medios lícitos aquellas metas y fantasías que habían impulsado desde la clandestinidad. Ningún otro candidato tenía un plan de gobierno tan auténticamente propio como el suyo, ni lo había promocionado tanto tiempo –más de 30 años. Con todo a su favor, esta vez solo recibieron un desmoralizador 2.6% de la votación.

Pero en todo lo demás, la incorporación de los ex insurgentes a la vida ciudadana fue exitosa. Muchos mantuvieron su identidad guerrillera en secreto. Pero otros, con mayor valor y convicción, hicieron público ese pasado suyo. La gente los aceptó. Nadie les regaló nada, pero tampoco les impidieron progresar.  Con la asistencia de sus adherentes encubiertos, algunos obtuvieron puestos públicos. Con el tiempo, terminaron copando las instituciones del Estado, llegando a los más altos niveles de dirección. Es una lista larga, muy extensa, la de estos ahora ciudadanos cuyos ingresos provienen de los tributos de una población que durante más de 50 años los ha rechazado políticamente. La sociedad guatemalteca ha pagado el precio de la paz…

Acaso sea por eso que ahora sorprende que sus adherentes no combatientes, los que manifestaban apoyo desde atrás. Los asistentes de los comandantes en Europa, los encargados de preparar los encuentros para recibir fondos, estén atrás de esa persecución a los militares que iniciaron con Ríos Montt. Tengo la percepción de que muchos de los combatientes, los que pusieron en riesgo su vida en las montañas, ven a los militares con el respeto que merece un adversario digno.

Entiendo que se está organizando un movimiento que se denominará “Asociación de Ixiles por la Paz”, el cual estará formado por líderes comunitarios que vivieron el conflicto y que son, ellos o sus familiares, víctimas directas del mismo. Me han contado que su mensaje es muy simple: Queremos la Paz y no la guerra. Apoyamos la conciliación y el perdón a la guerrilla y a los militares. Queremos heredar a nuestros hijos un país unido y no dividido. Si eso fuera cierto y tal organización sale a luz, a mí me gustaría mucho sumarme a ellos, viajar hacia su lejana región y conocerlos personalmente, estrechar su mano y reconocer su valor.

Aquí termina mi relato. Sé que es incompleto. Sé también que mucho de lo sucedido aún no ha sido escrito. Que quienes vivimos esa época peligrosa, tenemos algo que decir, algo que contar. Que poseemos una o más piezas de ese gigantesco rompecabezas que quisiéramos armar. Pienso que posiblemente algunos querrán aportar sus propias piezas.

Quisiera invitarlo a usted, a que lo haga. Escríbame, cuénteme su parte de la historia, sobrepóngase al dolor que pudo haberle causado. En Pi, publicaremos su historia. Solo debemos establecer una condición: que con valentía, la escriba con su nombre. Que no esconda su identidad. Porque es necesario que aprendamos a ejercer el derecho de expresarnos, con responsabilidad, diciendo la verdad. Qué le parece: ¿Escribimos la historia?


   
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