Brújula
Los papas y el Papa
Fecha de Publicación: 19/05/2017
Tema: Religión
Este comentario es en respuesta al artículo titulado "Y sin embargo se mueve", escrito por Susana Barrios Beltranena y también publicado en Pi, Plaza de Opinión esta semana.
Siendo muy patoja tuve el privilegio de ver al Papa Pío XII en la Basílica de San Pedro. Pasó tan cerca de mí, que de no haber ido portado en hombros y sentado en la Silla Gestatoria, le habría podido tocar. Su figura delgada, flotante, etérea de semblante espiritual quedó para siempre grabada en mi memoria. Eugenio Pacelli falleció el 9 de Octubre de 1958 y al año siguiente en una nueva visita a Roma, de igual forma, conocí al Papa Juan XXIII.
Angelo Roncalli, muy distinto a Pacellli, estaba pasado de peso, de apariencia tosca y mucho más mundana que la de su predecesor; de hablar pausado y fatigado "sono stanco" recuerdo haberle oído decir durante el sermón. Sin embargo Juan XXIII fue un papa virtuoso, sencillo, profundamente humano y bondadoso.
De Pablo VI Juan Pablo I poco recuerdo. Salvo que Pablo VI, Enrico Montini hizo innovaciones, trató de conciliar a todas las iglesias, siguió con el concilio de Juan XXIII y recibió el título de Venerable. Y que Juan Pablo I murió misteriosamente al mes de haber sido nombrado Papa.
El papado de Juan Pablo II estuvo lleno de luces, cinco veces tuve la suerte de verle cuando visitó Guatemala. Cuando le ví por primera vez quedé deslumbrada y convencida que tenía luz interna porque lo vi brillar. Fue el Pastor Navegante que sembró semilla de amor en cada país que visitó.
Benedicto, un hombre espiritual, apegado a las enseñanzas de la Iglesia, sumamente culto que desafortunadamente ¿fue obligado a renunciar?
¿Por qué hago mención de todos los Papas anteriores desde que nací? Porque jamás se me habría pasado por la mente escribir algo similar a lo que adelante expongo, sobre alguno de ellos.
Encontré estupendo y muy oportuno artículo de Susana. Y es que hablar críticamente del Papa, aunque él meta la pata, provoca siempre un dejo de tristeza en los ánimos católicos porque la figura del sucesor de Pedro ha estado revestida de un aura de respeto y dignidad. De misteriosa reverencia. El Papa, hasta no hace mucho, simbolizaba una reserva moral de la más alta categoría humana.
Objetar abiertamente con el actuar público del Supremo Pontífice de la Iglesia Católica no es fácil; no cuando se profesa un arraigado amor por dicha iglesia. Y mucho menos censurar algunas de sus decisiones como jefe del Vaticano. Pero callar es aún más difícil ante las excentricidades del Papa Francisco y el daño que muchos fieles consideramos que hace a la misma Iglesia que representa. El Papa, tradicionalmente, es y ha sido intocable para los católicos quienes consideramos que una crítica al Papa es una crítica a la iglesia o peor aún, al mismo Cristo. Confieso que hasta ahora, para mí había sido así.
Desde cuando nací, contando a Francisco, han pasado siete papas por el Vaticano. Hoy, la populachería de Francisco, sus alardes, porque lo son, de una humildad que de tanto remacharla raya en vanidad y ese constante afán suyo de protagonismo, lo delinean más como político que como apóstol del evangelio.
Encima, se presenta como hincha del equipo conformado por los países sudamericanos que patean con la izquierda y pertenecen a la mara progresista que quisiera gobernar el planeta. Porque a luz de lo que sucede actualmente en Venezuela las destempladas declaraciones, que se van por la tangente y que soslayan condenar los excesos del "madurismo" son aún más ofensivas y disparatadas.
Tal y como también ha hecho con el cristianismo en aras de disculpar el genocidio que ISIS lleva a cabo bajo su despreocupada mirada.
Varias veces me he preguntado ¿Por qué no renuncia? Ya que cada día se aleja más del sentido común, de la coherencia y lealtad a valores y principios que, como mínimo, debiera mantener el representante máximo del catolicismo.
La iglesia más que aceptar el libre albedrío, delega ciento por ciento de las decisiones del hombre a la consciencia propia en la que radica ese libre albedrío y al darle plena libertad para elegir el camino del bien o del mal que decida tomar en su vida... salvarse o condenarse.
La mayoría de políticos de doble moral, insisten en afirmar y pregonar que diferencias irreconciliables pueden resolverse mediante el diálogo. Es penoso que el Papa Francisco a la cabeza de ellos, en el papel de mediador, esté convencido de transformar a los extremistas islámicos. ¿Qué poder mágico puede cambiar el pensamiento y la convicción de personas dispuestas a llegar al extremo de ponerse un chaleco de bombas, inmolarse y volar en pedazos junto a sus víctimas?
Miles de decenas de personas de ese Islam extremista se enmarcan dentro de esa cultura salvaje y asesina cultivada desde la cuna. ¿Que los haría cambiar? ¿La dulce voz de Francisco? ¿Qué llegue a patear pelotas de fútbol con los niños?
No dudo de la bondad ni de las buenas intenciones que el Papa argentino pueda albergar en su alma cristiana pero sí, y mucho, del criterio del hombre político que elige estar al lado de personajes malvados y despiadados a la hora de apoyar causas justas. ¿Por qué no condena severamente las acciones criminales de Maduro?
Lo que más duele de Francisco, al menos eso siento; es el relativismo moral que parece haber invadido su juicio. Como si el Bien y el Mal no existieran y fueran moldeables a voluntad del papado. No cabe duda que es un papa polémico quién gusta de reñir con los esquemas tradicionales del cristianismo. Digo pues... se siente raro, verlo muy contento y risueño, retratado a la par un escandaloso drag queen. ¿Por qué hacer públicas todas sus gauchadas?
¿A quién se le ocurre culpar de los males del mundo a las pocas personas que producen toda la riqueza? Bueno, ya sabemos a quienes, lo triste es que hoy día el Papa esté entre ellos y de forma ingenua, permita ser utilizado para llevar la batuta que a los malos conviene revestir de pureza.
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