Invitado de honor
Pepo Toledo: Poemas LÃquidos (tercera parte)
Fecha de Publicación: 30/04/2016
Tema: SoberanÃa
Esta es la tercera y última parte del documento que utilizara el artista José Eugenio Toledo Ordóñez el pasado jueves 21 de abril, en el Museo de Arte Moderno Carlos Mérida, como introducción para presentar su obra “Siete poemas líquidos y dos alegorías. Poemas líquidos”
Sin querer ser más papista que el papa, podemos dividir en dos grandes épocas la Doctrina Social de la Iglesia Católica: antes y después del Concilio Vaticano II. El Papa León XIII publicó la encíclica Rerum Novarum (5/5/1891), la primera encíclica social. Es una propuesta frente a los problemas económicos y sociales de la época, en especial la Revolución Industrial.
Allí condena la acumulación de riqueza en manos de unos pocos. Reconoce el derecho a la propiedad privada y el fracaso del socialismo diciendo: “Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor, que en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación.
Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores…”.
El 7 de diciembre de 1965 el papa Pablo VI promulga Gaudium et spes, la única constitución pastoral del Concilio Vaticano II. El cambio es radical. El acceso a los bienes de la tierra deja de ser un derecho natural, para convertirse en un patrimonio a distribuir conforme al derecho positivo. El régimen de propiedad privada expuesto en Rerum Novarum es cambiado por el de la comunidad de bienes. Las conclusiones de este Concilio fueron impulsadas por el clero y sirvieron de base para la Teología de la Liberación o iglesia de los pobres.
Los conceptos evangélicos da amor y paz quedaron a un lado dando paso a la violencia en nombre de la justicia social en un plano meramente terrenal. Los curas cambiaron la sotana por las ametralladoras. Estas conclusiones fueron refrendadas por el papa Juan Pablo II, en su carta encíclica Populorum Progressio (2631967) y Centesimus Annus (151991) entre otros.
De este último, dos extractos: “Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo…” “La Iglesia no tiene modelos para proponer…”.
En la Homilía titulada Siglo XXI (San Salvador, 82 1996), Juan Pablo II dijo: “En esta área del continente se ha librado en los últimos lustros un continua lucha, de amplios intereses estratégicos, para hacer prevalecer, incluso con sistemas violentos, ideologías políticas y económicas opuestas, como el marxismo y el capitalismo desenfrenados, los cuales siendo ajenos a vuestro carácter y tradición de valores humanos y cristianos, han lacerado el destino de vuestra sociedad y han desencadenado los horrores del odio y la muerte”. La crítica a la parte más oscura del capitalismo pierde fuerza cuando en lugar de usar argumentos subjetivos y sólidos recurre al adjetivo “desenfrenado”.
El Papa Francisco planteó el desafío económico de esta era como el fracaso del capitalismo global para crear justicia, equidad y medios de vida dignos para los pobres. Al igual que sus antecesores aceptó no tener una "receta" para la solución al problema. En su Homilía en la misa con las comunidades indígenas en Chiapas (San Cristóbal de Las Casas, (152 2016) expresó: “Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, vuestros pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, perdón hermanos. El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita a ustedes”. Se le olvidó pedir perdón por la explotación y despojo de tierras cometidas contra los indios por la Corona de España de la mano de la Iglesia durante el colonialismo.
El sistema comunista quiso forzar la solidaridad dentro el sistema, pareciendo superior al capitalismo. En la práctica fracasó y resultó ser aún menos solidario que la economía de mercado. La solidaridad como virtud debe quedar a cargo de los individuos y no del sistema. La economía de mercado debe ser compatible con la solidaridad. El obrero debe ser convertido en un socio de la empresa por medio de sistemas de pago por productividad, la antítesis del paternalismo. Para ello hay que eliminar obstáculos y cambiar leyes laborales que hoy lo impiden para “proteger” al obrero.
Por ejemplo, el trabajo temporal establecido en el Convenio 96 de la Organización Internacional de Trabajo (1933), al cual los sindicatos se han opuesto tradicionalmente para mantener sus privilegios y su cuota de poder que anteponen al bienestar del obrero. También debe cambiar la mentalidad de los industriales que buscan sus clientes en el exterior en lugar de crear una generación de consumidores en el país para consumir sus propios productos. En otras palabras, más clase media y menos pobreza.
Acabar con la corrupción no es suficiente para arreglar un país. Ser honesto no es un mérito, es una obligación. La honradez es una cualidad y no una estructura. Haciendo lo mismo no vamos a cambiar. Debemos reformar las estructuras del país para encauzarlo en el desarrollo. Es bueno comenzar por nuestra Constitución, donde se legaliza la desigualdad ante la ley al otorgar privilegios a grupos de poder.
Lo que tenemos es un régimen de legalidad que por mucho que haya llenado requisitos en su formación está muy lejos de ser un régimen de derecho. La Constitución debe tener la mínima cantidad de capítulos que establezcan la estructura básica del gobierno y garantice los derechos individuales del individuo, para que pueda defenderse del gobierno mismo y de los grupos de poder, nacionales y extranjeros. En lugar de eso, nuestra Constitución se ha convertido en una lista de privilegios para grupos de poder que bajo el nombre de “conquistas” se aprovechan del pueblo.
El término capitalismo desenfrenado de Juan Pablo II fue reemplazado por el de las leyes de mercado del papa Francisco como causante de la miseria. Es obvio que ambos papas buscaron sin encontrarla una palabra que pudiera definir el enemigo a quien hay que atacar. La discusión bizantina entre conservadores y liberales, comunistas y capitalistas, derecha o izquierda solamente desvía la atención del verdadero problema: Los privilegios, donde quiera que se den, es lo que hay que atacar y acabar. Éste es el verdadero enemigo.
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