Lectura Recomendada
Armando de la Torre: La tragedia del Islam contemporáneo (IV y final)
Fecha de Publicación: 08/03/2016
Tema: Otros
Los únicos, por lo tanto, movimientos terroristas que todavía atormentan a buena parte de la humanidad son de cuño islámico.
Al Qaeda (“La base”), ISIS (“Estado Islámico”), Boko Haram (“la educación occidental es pecado”), Talibán (“el estudiantado islámico”), Hamas (“fervor islámico”), Al-Jihad (“guerra santa”), Hezbollah (“Partido de Dios”), y un largo etcétera de nomenclaturas facciosas, pulula por el entero Occidente, el África negra y buena parte del Oriente asiático.
Situación sin precedentes en la historia mundial, pues nadie, fuera de ello, recurre ya a prácticas tan bárbaras. Aunque el muy inteligente Obama no quiera darse por enterado.
Pero ¿quiénes son esos únicos que persisten en tales métodos retrógrados? Lamentablemente, jóvenes islámicos marginados en sus propios países o en los que alguna vez les ofrecieron acogida. Y así innumerables palestinos reducidos a una vida miserable en campamentos del Líbano y en otros Estados de su misma identidad religiosa, han optado por la protesta siega, sangrienta e indiscriminada. Musulmanes matando a musulmanes.
Lo mismo y en mayores números, los acogidos por las antiguas potencias coloniales como Francia y la Gran Bretaña, y que terminan ellos y sus descendientes por ser vistos como ciudadanos de segunda clase en los países de su acogida.
También los semianalfabetas y menospreciados en Pakistán o en los Emiratos del golfo. Por último, los muy expoliados a todo lo largo del norte de África, y los muy amargados de Egipto y del Magreb. Una generación triste que de pronto se enfrenta a la ilusión seductora del terrorismo que los hace relevantes y, más aún, merecedores del Paraíso.
La muy grande mayoría de los musulmanes practicantes se mantiene distante o al margen de esas corrientes de jóvenes extremistas, pero callan y hasta cierto punto, les sirven de retaguardia que los compadece y simpatiza con ellos. Hay, al mismo tiempo, entre los déspotas y entre las autoridades no tan despóticas de la comunidad de Estados musulmanes un extendido miedo cerval a enfrentar abierta y verticalmente a esa juventud descarriada. El ejemplo de lo ocurrido a Sadat en Egipto no ha sido olvidado.
Por otra parte, muchos sufren de cierta “alienación” en el sentido marxista del término. No se encuentran a sí mismos en la sociedad tecnológica y democrática de nuestros días, y la muerte gloriosa del mártir les resulta la única salida honorable de este mundo que ellos creen que ni los comprende ni los aprecia.
No les consuelan, por serles prácticamente desconocidos, los grandes logros culturales del Bagdad de Harun al-Raschid, o de la Córdoba de los “Oméyades”, ni tampoco del ejemplo de caballerosidad medieval de Saladino. Desconocen, no menos, las profundas incursiones teológicas de un Al Kindi, de un Al Farabi suní y de un Abicena chií, o de un Averroes más filosófico, a los que tanto debió el pensamiento europeo durante la Baja Edad Media. Ni de las sabias reflexiones políticas de Ibn Kaldun entre los suyos. Tampoco de las glorias arquitectónicas y artísticas de los Mudéjares en España, o de los constructores de las maravillosas Mezquitas azules en Irán y en Kazajstán, por no hablar del monumento más bello hecho por el hombre, según muchos occidentales: el mausoleo del Taj Mahal en Agra, la India. Por eso, no nos debiera haber escandalizado tanto la destrucción que han hecho de unas estatuas milenarias de Buda en Afganistán o de la ignominiosa demolición de los restos de la cultura clásica en Palmira. O de la rica novelística de sus antepasados y de sus contemporáneos, de la que recibimos al nacer sus versiones castellanas en el romancero árabe o de los encantadores relatos de “Las Mil y Una Noches” de la creativa y astuta Cherezade. A ellos, solo les atenazan su pobreza y su insignificancia de cada día y más aún, el menosprecio de los más afortunados, musulmanes o no.
De amargas protestas parecidas hemos sabido también en nuestra cultura. Pero, asombrosamente, ya no se apela al terrorismo en el resto del mundo civilizado, solo dentro de ese cascarón sofocante de arrabal del Islam. A sus mismas tradiciones islámicas, su penoso rechazo de todo lo contemporáneo incluye indirectamente al mismo Islam, al mismo núcleo establecido del Islam, el de los más afortunados por su linaje… o por la abundancia hodierna del petróleo.
Y creo que lo peor para ellos está aún por venir. La crítica histórica y científica moderna del Islam en cuanto revelado por Dios no podrá hallar respuesta adecuada entre sus exegetas, al menos, eso es lo que creo ver. Y no creo que su andamiaje espiritual les permita sobrevivir a su inminente caída. El Islam solo avanza en los tiempos recientes demográficamente, no en contenido dogmático ni pastoral, pues se mantiene a remolque del Occidente en todo. Atrasadísimo en lo que toca a la defensa de su esencia: la supuesta autenticidad de la Revelación por parte del Dios único, y por la intermediación del arcángel Gabriel, al Profeta Mahoma. Creo, inclusive, que para el fin de este siglo XXI estará irremediablemente moribundo, si no ya muerto.
Y a esa muerte, paradójicamente, habrá aportado más que ningún otro factor el terrorismo fanático de sus hijos más resentidos. En realidad, un auténtico parricidio histórico y monumental, a escala global.
La tragedia del Islam contemporáneo a manos de sus propios hijos.