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Invitado de honor

Pedro Trujillo: Lección inaugural
Fecha de Publicación: 09/02/2016
Tema: Valores

En la ciudad de Quetzaltenango, el pasado mes de enero de 2016, Pedro Trujillo Álvarez, Presidente del Consejo de Fiduciarios de la Universidad de Occidente, pronunció la Lección inaugural en esa casa de estudios, desarrollando el tema: ¡Claro que se puede!
 
Es frecuente —demasiado frecuente— escuchar que no se puede salir de tal o cual situación, especialmente cuando se dan condiciones familiares o económicas adversas.
 
La pobreza se ha utilizado por muchos años (y todavía se hace) como una losa demasiado pesada que impide o limita teóricamente el desarrollo personal. No dudo que en ciertas ocasiones haya sido una razón poderosa para que así ocurran las cosas, pero estoy seguro, y lo digo por experiencia, que en otras muchas no es más que una excusa que promueve el mínimo esfuerzo o la inacción, sustenta el miedo o, si ustedes quieren, justifica no superar el temor de un horizonte incierto y riesgoso desde el que se sería posible promover un sustancial cambio.
 
Permítanme contarles algo de mi vida. Pertenecí a una humilde familia y fui el mayor de cinco hermanos, el único afortunado que estrenaba ropa, porque mi mamá la iba pasando a los más pequeños. Mi papá trabajaba con un tuc-tuc (¡para que vean los años que tienen esos ingenios!). No teníamos lujos. En mis primeros 5 años de vida, ni siquiera cuarto de baño, pero sonreíamos a menudo sin saber muy bien de qué. A corta edad supe, por el único canal de un televisor en blanco y negro de mi vecina —nosotros no teníamos uno—, que el hombre había llegado a la luna; a los 12 instalaron el primer teléfono en casa, cuyo número de seis cifras aún recuerdo; a los 14, como saqué 100 puntos en todos los cursos del colegio, mi papá me regaló como premio un radio de transistores, algo desconocido para ustedes pero que pueden encontrar en Google, y a los 16 me gradué de bachillerato, sin saber qué hacer en el futuro, algo muy normal todavía.
 
Nunca supe cuántos kilómetros hice en mi juventud porque en 10 años de escolaridad fui a pie y regresé del colegio cuatro veces al día, porque almorzaba en casa. Hoy por Google-map, acabo de saber que cada trayecto era de aproximadamente 1,5 km, así que cuatro veces al día eran 6 kilómetros diarios. Calculo que en 10 años de colegio pude recorrer 12,000 kilómetros, casi una vez y media en línea recta desde aquí hasta Madrid.
 
Como el dinero era escaso, trabaje desde los 13 años de bar tender y repartidor de revistas y con 17 ingresé en el Ejército, liberando a mis padres de una de las cinco cargas que tenían, y comencé a construir mi propio futuro, no sin antes superar dos años de exámenes de ingreso en los que percibía que los hijos de personas pudientes tendrían ventajas y que la llegada de aquellos en carro, acompañados de sus papás, distaba mucho de la mía que era en transporte público, a pie y sin tiempo ni oportunidad para desayunar.
 
Estuve en ese círculo de semipobreza en el que mensajes como “no se puede”, “es difícil salir de aquí” o “¿dónde vas tú?”, se difundían entre los amigos que parecían condenarse a esa situación de vida que la suerte -o alguien superior dicen algunos- predestina para cada quien. Me resistí, porque de joven hay que ser contestatario, a conformarme con vivir en una casa con un cuarto de baño compartido por varias personas (en la mía éramos once con mis tres tías y mi abuela); sin TV; sin carro en la puerta y durmiendo en cama imperial con alguien a la par.
 
Siempre visualice un futuro mejor, y decidí que cuanto antes comenzará a caminar hacia aquel horizonte lejano más tiempo tendría para llegar exitosamente a él.
 
Algunos de mis amigos y familiares, prefirieron quedarse cómodamente en la ciudad donde nacimos, incluso en el mismo barrio o casa, y labraron su futuro de una forma más conservadora.
 
En mi trayecto de vida —que duró varios años— cambie de continente y de ciudad varias veces, estuve internado cinco años, dediqué innumerables horas al estudio y el día que inicié esa senda hice mía una frase que mi papá —sin saber la trascendencia que tendría— me dijo:
 
Tú puedes con eso… y mucho más.
 
Hace un año, se la escribí en una tarjeta a mi hijo Pablo cuando con 11 años se fue de intercambio y para mi sorpresa y creencia que el patojo no le haría mucho caso, la llevó en su billetera y me la enseño el día que regresó.
 
Tú puedes con eso… y mucho más.
 
Hoy, con suerte, exitoso y feliz (así me siento), algunos me preguntan: ¿qué fue lo que hiciste para llegar hasta aquí?, y silencio frecuentemente o no concreto la respuesta, pero a ustedes se la voy a contar.
 
Mis papás me heredaron valores, no dinero ni propiedades. Honestidad, que significa ser uno mismo en aquello que hace sin modificar artificialmente el carácter, la forma de decir las cosas, ni mucho menos como hacerlas. Justicia, que se traduce en no hacer el mal y pensar siempre que el prójimo merece, al menos, idéntica consideración que uno mismo. El ser humano es un concepto que se pierde, ahora que se le suele adjetivar: hombre o mujer; heterosexual u homosexual; ladino o indígena; blanco o negro y un largo etcétera que ha hecho que atomicemos la sociedad y nos fijemos más en grupos que hacen ruidos reivindicativos que en seres humanos que deberían despojarse, para su consideración y valor, de cualquier otro atributo.
 
El Ejército, en el que permanecí por 25 años, me hizo ser disciplinado y responder a una escala jerárquica en la que unos mandan y otros obedecen, según el momento y la situación, lo que me ha servido para adaptarme y saber actuar en aquellos lugares que la vida me ha colocado. Me hizo ver la importancia del compañerismo y del trabajo en equipo que es una realidad, cualquiera que sea la actividad que uno desarrolle. Aprendí a apreciar la fidelidad, la lealtad al otro, de la que dependen tus negocios —o incluso tu vida— y el respeto que debes tener por todo aquel que defiende principios y valores, aunque no coincidan con los tuyos.
 
La vida, por su parte, fue una escuela permanente que me enseñó que la justicia funciona, aunque sea en el largo plazo. El trabajo duro, sincero y entusiasta es lo que te hace rico en amigos, valores, satisfacción y hasta dinero.
 
Trabajar durante toda mi vida con gente joven —en el ejército o en la universidad— me ha servido para estar al día y darme cuenta que hay cosas que cambian, pero también valores que permanecen.
 
Las cosas siempre fueron difíciles. La dificultad no es algo propio de la vida moderna y ha estado presente en todas las generaciones, en la mía y en la de ustedes. Antes, las dificultades eran diferentes porque estaban enmarcadas en un momento histórico distinto. Ahora, son otras, y responden al momento que vivimos. No se desesperen cuando escuchen que todo antes fue mejor, que era más fácil encontrar trabajo o que la vida era más cómoda. No es cierto. Años atrás la situación fue otra, ahora hay distintos retos y esos son los que ustedes deben enfrentar, sin necesariamente mirar hacia atrás ni tener que comparar.
 
No valoren lo fácil, lo cómodo o lo sencillo. Aprecien lo difícil, lo que cuesta y lo que complica. Acepten desafíos en la vida. No se conformen con cumplir con su deber, aspiren a que su voluntad adelante lo máximo que sean capaces. Recuerden que todo derecho lleva aparejado una responsabilidad y que hay que enfrentar retos y desafíos, con amor a lo que se hace. Den de sí ese plus que todos saben que pueden dar.
 
Les aconsejarán que estudien tal o cual cosa para tener un mejor futuro. Escuchen a todos, pero no hagan caso de nadie. En un momento de su vida estarán solos, todos nos habremos ido, y las únicas herramientas de que dispondrán para ser exitosos, son aquellas que adquieran a partir de ahora y que sepan utilizar adecuadamente. Aprópiense del futuro desde ahora y no lo condicionen por nada que no sea sus propios y nobles intereses.
 
Hagan lo que les guste, cualquier cosa, pero amen lo que hagan. Trabajen con pasión no importa si son abogados penalistas o diseñadores de moda. Levántense cada día pensando cómo ser mejores, y sonrían a todo aquel que se le cruce, porque además es gratis. Censuren al mañoso, a quien hace triple fila donde apenas hay dos y al “chispudo” que violan las reglas sociales ¡No tengan miedo!, porque tienen la razón.
 
Nuestra generación, la mía y la de sus papas, luchó por cambiar dictaduras a democracias. Su trabajo es perfeccionar el sistema que tenemos. No se conformen con las cosas como están ni mucho menos con los valores que representan algunos personajes. Guatemala será lo que a partir de ahora ustedes quieran que sea. No consientan la mediocridad, aspiren a la excelencia en todo cuanto hagan y vivan su vida respetuosa y responsablemente.
 
Debido a su extensión, Pi ha decidido quebrar la "Lección inaugural"de doctor Trujillo. Las siguientes partes serán reproducidas en entregas posteriores.