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Invitado de honor

Carmen de Wennier: Reminiscencias
Fecha de Publicación: 26/03/2015
Tema: Piel adentro
Muchas veces La vida no pregunta, simplemente decide por nosotros. Al casarnos, el compromiso siempre debe ser con nuestro cónyuge, no deberíamos casarnos simplemente porque queríamos tener un hijo de él o de ella, tal sea el caso. El doctor Aquiles Jiménez Pinto, un sabio, me preguntó antes de casarme: ¿Por qué quiere casarse con Raymundo, porque lo quiere o porque quiere tener un hijo de él? Para mí, la respuesta fue obvia: Porque lo quiero a él ––respondí.

Y aquí radica el meollo de la cuestión: El compromiso es de la pareja, de aquellos quienes se prometieron estar juntos hasta que la muerte los separe. Bien, dijo Aquiles, con esa base, reciban a los hijos que Dios quiera prestarles, como una bendición y como un regalo.

No sé qué es tener una familia numerosa, una con más de hijo propio, aunque prestados he tenido muchos. Nosotros sólo tuvimos uno. Desde muy pequeño, por él y por nosotros, empezamos a formarlo en su libertad y en la toma de decisiones. Lo gozamos en cada momento de su vida aunque su niñez estuvo condicionada por los largos horarios de su papá y su mamá, ambos trabajando duro.

Muchas veces se quedó dormido en la oficina de su papá, estirado sobre dos sillas, como sólo los niños pueden hacerlo. Pasó las penurias propias de los años de las vacas flacas, sus capas de los superhéroes fueron hechas por mí con retazos de telas (por suerte sé coser y tengo inventiva). En una ocasión en la que yo no pude hacerle una bata para ponerla sobre su pijama, él mismo la hizo con su sábana de Sesame Street.

Mi madre vivía con nosotros cuando él empezó el colegio y asumió la tarea de cuidarlo por las tardes. Eso sí, mi mamá no perdonaba la siesta. Para tenerlo quieto, le ponía su costurero con unas cincuenta agujas e hilos de todos colores y la tarea de enhebrarle todas las agujas mientras ella descansaba ¿Cómo lo lograba? No lo sé. Pienso que sólo el amor de Raymond John por ella lo mantenía quieto hasta que era hora de ella para levantarse; entonces ambos tomaban café con leche y pan dulce.

Llegó la época de la adolescencia, durante esa transición de la niñez a la juventud, él fue una persona tranquila. Pero mientras crecía supo que, si era necesario, de rodillas ante mí, recibiría un buen jalón de orejas. Hicimos un pacto, decidimos entre la guerra y la paz, acordando vivir en armonía. Entre una madre menopáusica y un joven adolescente, las fuerzas deben estar bien equilibradas para no perder el balance en la relación.

Hicimos otros pactos, sobre la forma de hacer la cama antes de irse al colegio, sobre el orden en su cuarto, sobre la lectura de los libros obligatorios en sus clases… Lo que nunca negociamos fue la autoridad paterna. Había un solo frente y debía observar las horas de llegada a casa cuando asistía a fiestas y otros eventos semejantes. Debía decir la verdad y hacer frente a los problemas, por graves que parecieran. Esas fueron siempre condiciones férreas que algunas veces le hicieron pasar ratos duros.
 
Vino la etapa post secundaria, elegir no le fue fácil pero decidió irse voluntario a un kibutz y así lo hizo. En sus palabras, aquella fue la mejor experiencia de su vida porque tuvo que manejar su libertad y ser responsable. Tenía un horario de trabajo de cinco de la mañana a dos de la tarde cargando racimos de banano a un tren.
 
Luego tuvo una experiencia en la universidad en Tampa y finalmente regresó a Guatemala, con la decisión de irse definitivamente a Utah para buscar allí su futuro.

Tres trabajos, tres experiencias hasta que encontró la universidad ideal para él, en Denver, Colorado, donde estudió para ser Técnico veterinario. Meta lograda.
 
Vino el noviazgo y la boda. Regreso de ambos a Denver, luego de tres años y con Lourdes, entonces una niña de dos años, decidieron aceptar una oferta de trabajo en Gainesville, Florida. Allá fuimos a ayudarlos con la mudanza. Manejamos con ellos de Denver a Gainesville bajo tormentas de nieve y con Lourdes, que cuando decía pipi mama, había que parar en la primera gasolinera a la vista. ¡Que viaje! Dos carros, en uno los hombres con carga en la parrilla, en el otro las mujeres y Misho, su gato rescatado de un refugio, quien erael mejor amigo de Lourdes y había compartido cuna con ella.

Cuando nació Lourdes, ambos abuelos trabajábamos tiempo completo. Logré conocerla cuando tenía cinco meses de edad (fue prematura como yo). Su abuelo la conoció hasta los ocho meses, cuando fuimos a su bautizo. Tener aquella bolita de carne, que se movía entre mis brazos y ver allí, mitad Sonia y mitad Raymond John, me hizo realizar el milagro de la vida. Ser abuela es lo más sublime que hay, se da cuenta uno que Dios ha permitido que pase por la vida dejando huella.

Cuando nació Matías fue diferente. Pude ir a cuidarlo, por etapas, hasta los nueve meses. Bañarlo en el lavatrastos (por seguridad) y cambiarle pañales en el suelo porque de allí no se caía, sacarlo al jardín y ayudarlo a que aprendiera a escuchar los sonidos de la naturaleza.

Tres años en la Florida y ahora otro movimiento, esta vez hacia Alemania. Había que mantener a los nietos dentro de su balance emocional. Ellos veían como su casa se desmantelaba día a día y no lograban comprender por qué. La abuela (yo) fue su tabla de salvación. Con mi inventiva les construía una sala, un comedor o un dormitorio improvisados, utilizando cajas, almohadones y tablas. Al finalizar el día, sobre los colchones que hicieron de cama los últimos días, venía la oración de la noche. Tenía que responder las preguntas de Lourdes acerca de la casa de Jesús y lo que le daba su mamá de comer cuando tenía hambre. Todo eso me hizo contarles sobre Israel.

Dejar la casa vacía, trasladarse a un hotel, luego al aeropuerto y llegar finalmente a un destino diferente en un continente nuevo y donde la abuela ya no estaría… Me angustié pensando lo duro que eso sería para ellos... y para mí.

Cuando uno termina su tarea con los hijos, inicia otra con los nietos. Para eso estamos los abuelos. Damos un hombro sobre el cual llorar, una mano para guiar, un cuento que ahuyente temores y pinte la vida de colores. Damos una esperanza, un mensaje diciendo que la vida es bella.
 

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