La Gaceta / España / http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/internacional/amistades-peligrosas-nelson-mandela-20131215
El líder surafricano compaginó su defensa de las libertades con
su cercanía con los dictadores, como Fidel Castro o Gaddafi.
Ayer, diez días después de su muerte, fue enterrado Nelson Mandela en una ceremonia íntima, a la que solo asistieron sus familiares y algunos allegados. El elogio fúnebre corrió a cargo de su nieto Nandi. “Te extrañamos, tatanculu (abuelo). Echaremos de menos tu voz severa cuando no te gustaba nuestro comportamiento (…) Echaremos de menos tu risa. Te queremos, tatanculu”.
Son muchos –nadie lo niega– los que, además de sus familiares, querían y echarán de menos a Mandela. Entre ellos figuran los millones de sudafricanos que le vieron como un liberador, así como la mayor parte de la opinión pública mundial.
Pero no sólo: en la larga lista también hay un puñado de dictadores procedentes de los cuatro rincones del planeta. Su presencia en la lista de los que echan de menos a Mandela –y a los que este nunca falló– se debe, principalmente, al apoyo sin fisuras que prestaron al Congreso Nacional Africano (ANC) durante los años del apartheid.
Un lugar de honor entre los dictadores amigos de Mandela corresponde al cubano Fidel Castro. La razón primigenia que explica la simbiosis entre ambos es de índole ideológica: durante décadas, Mandela fue un fiel seguidor de los principios de la hoz y el martillo.
Asimismo hubo razones estratégicas pues Castro no dudó en enviar decenas de miles de soldados a Angola para defender al régimen comunista de Dos Santos mientras la Suráfrica del apartheid apostaba por los rebeldes. Hay cosas que no se olvidan.
Por eso, una vez liberado en 1990, uno de los primeros destinos de Mandela fue La Habana. Allí, en la Plaza de la Revolución protagonizó un acto multitudinario junto a Castro en el que se deshizo en elogios hacia su régimen. “Hay un aspecto en el que este país está por encima del resto: es su amor por los derechos humanos y la libertad”. De La Habana viajó a Estados Unidos, con etapa en Miami.
Como era de esperar, en Florida los exiliados cubanos le dedicaron una pitada descomunal. Pero Mandela estaba de gira triunfal, con los medios rendidos a sus pies: las grandes cadenas televisivas norteamericanas apenas mencionaron esos incidentes y no le hicieron preguntas incómodas. El futuro presidente sudafricano podía seguir con su plan.
A otro al que hubo que agradecer favores era a Muammar Gaddafi: años antes de la liberación de Mandela, el tirano libio hizo una donación de diez millones de dólares a la ANC. El retorno de la ayuda no fue financiero sino político y se hizo realidad cuando Mandela era ya jefe de Estado y realizó una visita oficial a Trípoli. “Mi hermano líder, mi hermano líder”, repitió el surafricano en repetidas ocasiones para dirigirse a Gaddafi.
Asimismo, aprovechó su presencia en suelo libio para pedir el levantamiento de las sanciones internacionales que asolaban con las que entonces apechugaba Gaddafi, como consecuencia a su negativa a entregar a los autores del derribo, en diciembre de 1988, de un avión comercial norteamericano en la localidad escocesa de Lockerbie.
Otro mecenas de la ANC fue el general indonesio Suharto, que rigió con mano de hierro los destinos de su país entre 1966 y 1999. En este caso no fue necesaria ninguna investigación judicial o revelación periodística: fue el propio Mandela quien reconoció de forma pública en Johannesburgo en abril de 1999 que la generosidad de Suharto para con la ANC estaba cifrada en sesenta millones dólares.
El dinero no fue siempre requisito imprescindible para granjearse que ciertos sátrapas se granjeasen el apoyo de Mandela; sobre todo desde que asumió el poder en mayo de 1994. Bien lo sabe Robert Mugabe, quien gobierne Zimbabaue como un cortijo desde que en 1980 Gran Bretaña le concediera la independencia.
Aparte de estar siempre en los puestos de cabeza de las violaciones de derechos humanos en el continente africano, Mugabe –que al igual que Mandela bebió durante años del marxismo– también es un estorbo para sus vecinos.
Durante su etapa como presidente de Suráfrica, Mandela nunca hizo uso de su autoridad moral ni de su estatus como primer mandatario de la principal potencia regional de la zona para presionar en modo alguno a Mugabe.
Sin embargo, su actitud más discutida durante aquellos años fue el apoyo incondicional que estuvo brindando al dictador nigeriano Sani Abacha a mediados de los noventa.
El punto álgido de ese comportamiento se produjo durante una cumbre de la Commonwealth en Nueva Zelanda celebrada en 1995. Mandela fue el único jefe de Estado que no quiso condenar las ejecuciones de Ken Saro-Wiwa y de otros ocho activistas de la etnia Ogoni. Es más: pidió el levantamiento de las sanciones a Nigeria. No obtuvo apoyo alguno.
Tampoco logro aliados para pedir el levantamiento de las sanciones a Irán. Fueron los años ambiguos de Mandela: en 1997 vendió tanques a la Siria de los Assad y se aliaba de forma incondicional con Yasser Arafat, para disgusto de la comunidad hebrea de Suráfrica.
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