Continuarán las guerras y por tanto los fanatismos hasta que, tal vez, la misma naturaleza los llame al orden y haga viable nuestras civilizaciones. Tal vez nuestra visión es demasiado cruda, sin piedad y vemos al hombre como una criatura única, la única que hay arriba de la tierra capaz de ir contra su propia especie. Vuelvo a repetir, lo que algunos llaman la crisis ecológica del planeta, es consecuencia del triunfo avasallante de la ambición humana. Ese es nuestro triunfo, también nuestra derrota, porque tenemos impotencia política de encuadrarnos en una nueva época que hemos contribuido a construir sin darnos cuenta.
¿Por qué digo esto? Son datos nada más. Lo cierto es que la población se cuadriplicó y el PBI creció por lo menos veinte veces en el último siglo. Desde 1990, aproximadamente cada seis años se duplica el comercio mundial. Podíamos seguir anotando datos que establecen con claridad la marcha de la globalización...
¿Qué nos está pasando? Entramos en otra época aceleradamente pero con políticos, atavíos culturales, partidos, y jóvenes, todos viejos ante la pavorosa acumulación de cambios que ni siquiera podemos registrar. No podemos manejar la globalización, porque nuestro pensamiento no es global. No sabemos si es una limitante cultural o estamos llegando a los límites biológicos.
Nuestra época es portentosamente revolucionaria como no ha conocido la historia de la humanidad. Pero no tiene conducción consciente, o menos, conducción simplemente instintiva. Mucho menos todavía, conducción política organizada porque ni siquiera hemos tenido filosofía precursora ante la velocidad de los cambios que se acumularon.
La codicia, tan negativa y tanto motor de la historia, eso que empujó al progreso material técnico y científico, que ha hecho lo que es nuestra época y nuestro tiempo y un fenomenal adelanto en muchos frentes, paradojalmente, esa misma herramienta, la codicia que nos empujó a domesticar la ciencia y transformarla en tecnología, nos precipita a un abismo brumoso. A una historia que no conocemos, a una época sin historia y nos estamos quedando sin ojos ni inteligencia colectiva para seguir colonizando y perpetuarnos transformándonos. Porque si una característica tiene este bichito humano, es ser un conquistador antropológico.
Parece que las cosas toman autonomía y las cosas someten a los hombres. Por un lado u otro, sobran activos para vislumbrar estas cosas y en todo caso, vislumbrar el rumbo. Decisiones globales por ese todo. Más claro, la codicia individual ha triunfado largamente sobre la codicia superior de la especie. Aclaremos, ¿qué es el todo?, esa palabra que utilizamos.
Para nosotros, es la vida global del sistema tierra incluyendo la vida humana con todos los equilibrios frágiles que hacen posible que nos perpetuemos. Por otro lado, más sencillo, menos opinable y más evidente en nuestro occidente, particularmente, porque de allí venimos, aunque venimos del Sur. Las repúblicas que nacieron para afirmar que los hombres somos iguales, que nadie es más que nadie. Sus gobiernos deberían representar el bien común, la justicia y la equidad. Muchas veces, las repúblicas se deforman y caen en el olvido de la gente corriente, la que anda por las calles, el pueblo común.
No fueron las repúblicas creadas para vegetar encima de la grey, sino por el contrario, son un grito en la historia para hacer funcionales a la vida de los propios pueblos y, por lo tanto, las repúblicas se deben a las mayorías, se deben a luchar por la promoción de las mayorías.
Por lo que fuera, por reminiscencias feudales que están allí en nuestra cultura; por clasismo dominador, tal vez por la cultura consumista que nos rodea a todos, las repúblicas frecuentemente en sus direcciones adoptan un diario vivir que excluye, que pone distancia con el hombre de la calle.
En los hechos, ese hombre de la calle debería ser la causa central de la lucha política en la vida de las repúblicas. Los gobiernos republicanos deberían de parecerse cada vez más a sus respectivos pueblos en la forma de vivir y en la forma de comprometerse con la vida.
El hecho es que cultivamos arcaísmos feudales, cortesanismos consentidos, hacemos diferenciaciones jerárquicas que en el fondo socavan lo mejor que tienen las repúblicas, que nadie es más que nadie. El juego de estos y otros factores nos retienen en la prehistoria. Y hoy es imposible renunciar a la guerra cuando la política fracasa. Así se estrangula la economía, derrochamos recursos.
Oigan bien, queridos amigos: en cada minuto del mundo se gastan dos millones de dólares en presupuestos militares en esta tierra. ¡Dos millones de dólares por minuto en presupuesto militar! En investigación médica, de todas las enfermedades que ha avanzado enormemente y es una bendición para la promesa de vivir unos años más, esa investigación apenas cubre la quinta parte de la investigación militar.
Este proceso del cual no podemos salir, es ciego. Asegura odio y fanatismo, desconfianza, fuente de nuevas guerras y esto también, derroche de fortunas.
Yo sé que es muy fácil, poéticamente, autocriticarme personalmente. Y creo que sería una inocencia en este mundo plantear que allí existen recursos para ahorrar y gastarlos en otras cosas útiles. Eso sería posible, otra vez, si fuéramos capaces de ejercitar acuerdos mundiales y prevenciones mundiales de políticas planetarias que nos garanticen la paz y que nos den a los más débiles, garantías que no tenemos. Ahí habría enormes recursos para recortar y atender las mayores vergüenzas arriba de la Tierra. Pero basta una pregunta: en esta humanidad, hoy, ¿adónde se iría sin la existencia de esas garantías planetarias? Entonces cada cual hace vela de armas de acuerdo a su magnitud y allí estamos porque no podemos razonar como especie, apenas como individuos.
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