Logos
Motivo terrenal para crucificar a Jesús
Fecha de Publicación: 31/03/2021
Tema: Historia
En las riberas del río Jordán, el ascético y profético predicador Juan anunciaba que el Reino de Jehová estaba próximo, y exhortaba al arrepentimiento y a la preparación del camino del Señor. Juan sumergía en el río a los arrepentidos; y entonces fue llamado El Bautista, es decir, el que sumerge.
Repentinamente Juan, entre la clamorosa multitud de aquellos que pedían ser bautizados, atisbó a Jesús. Su alma ha de haber sufrido una profunda y mística conmoción. Fue una conmoción tal, que estuvo dispuesto a renunciar a obrar el sacramento bautismal, e intentó que él mismo fuera bautizado por Jesús.
Entre aquellos a quienes Juan bautizó, la historia recuerda únicamente a Jesús, quien ya bautizado comenzó su ministerio, que consistía en anunciar un reino divino, con el estatus de profeta; pero, principalmente, con el estatus de emisario divino o de glorioso mesías. Era el Christós. El Christus. El Untus.
En el día 8 del mes de Nisan (mes que en el calendario gregoriano equivale a una parte de marzo y una parte de abril), Jesús llegó a Jerusalén, y visitó el templo, y expulsó a quienes comerciaban mercancías o intercambiaban dinero. Las intrépidas acciones de Jesús impresionaron a los peregrinos.
Los sacerdotes del templo, estupefactos, temieron una rebelión judía, que ocurriría en el día 15 de aquel mismo mes, cuando debía celebrarse la Pascua, o fiesta que conmemoraba el día en que los judíos se habían liberado del cautiverio al que estaban sometidos en Egipto. Miles de peregrinos visitaban el templo de Jerusalén para celebrar esa fiesta. Quizá la noticia sobre Jesús incrementaría impredeciblemente el número de visitantes.
En celebraciones pascuales anteriores los sacerdotes también habían temido una rebelión; pero esta vez el temor era mayor. Quizá era terror, porque los peregrinos parecían creer que el esperado Mesías ya había arribado, y que, entonces, pronto advendría el Reino de Jehová, que sería un reino de libertad, paz y justicia, que sustituiría a aquel estado de servidumbre, de paz impuesta por la opresión, y de holgada injusticia, obra de los romanos.
Sería una rebelión en la cual el pueblo judío sentiría la poderosa fuerza liberadora del esperado Mesías. Sería una rebelión animada por una divina fuerza celestial que combatiría con una miserable fuerza terrenal. No importaría la sangre y la muerte sino el intento de redimirse del pueblo elegido de Jehová.
Caifás, sumo sacerdote del templo, angustiado, le comunicó a Poncio Pilatos, gobernador de Judea, que en la fiesta de la Pascua podía haber una rebelión judía como nunca la había habido. Si ocurría tal rebelión, ellos podían ser castigados hasta con la muerte misma, ya por el prefecto de Siria (al cual estaba sometido el gobernador de Judea), ya por el emperador romano (al cual estaba sometido el prefecto de Siria).
Quizá Caifás creía percibir, en el rostro de los judíos que transitaban en las calles de Jerusalén, un nuevo rostro, radiante, con novedosos rasgos de esperanza, ansiosos de combatir por una nueva vida, y nunca resignados a perpetuar la servidumbre, la opresión y la injusticia. Ese rostro agitó tormentosamente el alma de Caifás. Jesús debía morir pronto. Era urgente imputarle gravísimos delitos. Era necesario juzgarlo y consumar pronto, muy pronto, una premeditada sentencia de muerte, que tuviera una decorosa apariencia de justicia.
Jesús fue arrestado. Caifás dictaminó que había cometido el delito de blasfemia; pero no tenía la autoridad para imponer la pena de muerte, aunque hubiera querido tener autoridad absoluta para imponerla. Y solicitó a Pilatos que la impusiera. Empero, impredeciblemente, Pilatos declaró que Jesús era inocente. Era evidente que se pretendía cometer un crimen.
Una plebe, incitada por los sacerdotes, exigió que Jesús fuera crucificado. Pilatos, que tenía poder suficiente para reprimir a la plebe e imponer su veredicto absolutorio, por algún motivo todavía no explicado, y que quizá nunca pueda ser explicado, no intentó persuadir a la plebe de la inocencia de Jesús; y aceptó condenarlo a la crucifixión. Empero, lo condenó por haber cometido un delito del cual no había sido acusado: haber admitido ser rey de los judíos. Jesús, entonces, según Pilatos, había pretendido usurpar el poder que el imperio romano le había otorgado a los sacerdotes del templo.
La historiadora Paula Fredriksen, en su obra Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos, afirma que, si Jesús no hubiera sido tan popular, Pilatos solo hubiera tenido motivo para asesinarlo y complacer a sus enemigos; pero no hubiera tenido motivo para condenarlo a muerte por crucifixión.
Post scriptum. El rabino Barry Dov Lerner afirma que la crucifixión era una modalidad romana de aplicar la pena de muerte, por cometer el delito de traicionar al Estado. Afirma también que los judíos no tenían autoridad para aplicar la pena de muerte.