Hace más de 30 años que se publicó el trabajo de David Daiches, Peter Jones y Jean Jones, A Hotbed of Genius: The Scottish Enlightment, 1730-1790 (Edinburgh University Press, Edimburgo, 1986). Se establecía así un concepto, el de la Ilustración Escocesa, que ha crecido de forma abundante, hasta producir en la última década una serie amplia de ensayos, entre los que quisiera destacar dos trabajos, el de James Buchan, Crowded with Genius. The Scottish Enlightment: Edinburgh’s Moment of the Mind (Harper Collins, Nueva York, 2006) y el de Dennis Rasmussen, The Infidel and the Professor: David Hume, Adam Smith, and the Friendship that Shaped Modern Tought (Princenton University Press, Princenton, 2017).
El tenor de estos trabajos es muy similar. Durante el siglo XVIII, en Escocia, se van a reunir, afortunadamente, una serie de intelectuales que van a ser el germen del mundo moderno en muchos aspectos (de la economía a la literatura, de la geología a la filosofía). Todo ello se recoge bajo el paraguas de la Ilustración, ese término aceptado por la mayoría del público como sinónimo de fenómeno positivo, de progreso, de desarrollo.
Quiero centrarme hoy en el trabajo de Buchan, quizás el más optimista de los tres citados, sobre las virtudes de la Ilustración no sólo escocesa, sino edimburguesa, al ceñirse, Buchan, a la reunión de una serie de mentes privilegiadas en las calles protegidas por la sombra de la fortaleza de Edimburgo.
Buchan arranca su libro contándonos cómo era Edimburgo a comienzos del siglo XVIII. Una ciudad triste, de calles estrechas y sucias, con un escaso desarrollo económico. Y vuelve a contarnos, casi al final de su trabajo, como es ese mismo Edimburgo al cerrarse esa décimo octava centuria. Una ciudad que crece, con barrios nuevos, amplios, nuevas instalaciones hospitalarias y de recreo. Un relato que sería similar para la mayor parte de localidades europeas de ese siglo XVIII.
Por medio, un fenómeno intelectual, esa Ilustración escocesa, donde encontramos, entre otros, a David Hume, el filósofo empirista, Adam Smith, el padre del capitalismo, o James Hutton, el padre de la geología moderna. Un grupo de racionalistas que rechazan la tradición dogmática y apuestan por observar el mundo, criticarlo y apostar por nuevos modelos no sólo de pensamiento, sino sobre la forma de actuar ante la realidad.
Es cierto que Buchan incluye a otros intelectuales de la época, menos racionalistas o menos abanderados del desarrollo. Por su libro desfilan gentes como MacPherson, padre del mito de Ossian, raíz de la literatura romántica, sin duda, la menos racionalista de las literaturas, o James Stuart, defensor a ultranza del mercantilismo en el mismo tiempo que Adam Smith abogaba por el libre mercado.
La generosidad de Buchan a la hora de presentarnos a sus intelectuales escoceses nos permite entender que una vez más, tras el concepto de Ilustración, terminamos por agrupar las tendencias ideológicas más variadas y no un discurso único de progreso y desarrollo, que es lo que casi todos pensamos al utilizar ese concepto de Ilustración.
Ya ocurría en Francia. Al hablar de la Ilustración en este país, metemos en el mismo saco a Voltaire, Montesquieu y a Rousseau, polos opuestos a la hora de entender la realidad (además de enemigos acérrimos en el caso de Voltaire y Rousseau). De esta manera, como todo es ilustrado, podemos aceptar con la misma satisfacción el modelo de Estado controlado por los ciudadanos que defendía Montesquieu y el modelo de Estado omnipresente por el que abogaba Rousseau. Lo hacemos sin someterlo realmente a crítica. Igual que hoy cualquier alimento que viene etiquetado como ecológico nos parece saludable, cualquier concepto del pasado que sea ilustrado seguro que es bueno.
Con el trabajo de Buchan viene a confirmársenos el error de este principio.
Hemos de desmitificar la Ilustración, ser capaz de resaltar los valores de algunos intelectuales del siglo XVIII, pero sin engrandecerlos innecesariamente, ni atribuirles éxitos que no fueron suyos.
Adam Smith reflexionó sobre el capitalismo en el que él mismo vivía. No lo creó. Sencillamente, fue capaz de entenderlo y sistematizarlo en su Riqueza de las Naciones. Pero en su tiempo, estaba el mercantilista Stuart, que acabamos de citar, o ese personaje entre dos aguas, Adam Ferguson, que se queda a medio camino entre el libre mercado y la intervención del Estado. Si vemos cómo funciona el mundo en el siglo XXI, quizás fue más premonitorio el trabajo de Ferguson que el de Smith.
Pero, además, es muy ilustrativo en el trabajo de Buchan ver como el escéptico Hume, que no aceptaba nada que no pudiera ser verificado empíricamente, se tragó la invención de MacPherson y su mito de Ossian, aunque ya muchos contemporáneos se dieron cuenta del engaño. Eso no le quita valor al empirismo de Hume, sino a la visión de la Ilustración como modelo de perfección.
En definitiva, un trabajo, el de Buchan, que pretendía ser un ladrillo más en la construcción del prestigio escocés del siglo XVIII, abonándose a las huestes ilustradas, pero que una lectura crítica nos permite, desmontar un poco más a la Ilustración, reducir ese empeño por el prestigio escocés, pero, al mismo, tiempo, valorar con más justicia a gentes como Hume o Adam Smith.
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Alberto GarÃn |
Doctor en Arquitectura por la Universidad Europea de Madrid Licenciado en Historia del Arte y |
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