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Papiroflexia

El coleccionismo privado
Fecha de Publicación: 30/07/2018
Tema: Historia

El pasado 24 de julio, el museo Popol Vuh celebró su 40 aniversario.

En 1978, la familia Castillo Zabaleta decidió convertir su colección particular de antigüedades precolombinas en un museo de acceso público.

No es un hecho inusual. En realidad, no sólo hay muchos museos privados repartidos por todo el mundo, sino que muchos de los grandes museos públicos fueron antes colecciones particulares. Por ejemplo, el museo del Prado de Madrid, que se basa en las obras de arte recogidas por Felipe IV en el siglo XVII y que se mostraron al público dos centurias más tarde, en tiempos de Fernando VII. Lo mismo ocurre con el Louvre de París, cuyo corazón era la colección particular de Luis XIV que no se abrió hasta finales del XVIII. O la galería de los Uffizi en Florencia, que comenzó en 1581 siendo un depósito para las piezas de arte de los Medici y que no fue accesible al público hasta 1765.

Pero Jorge Castillo no tardó siglos en ofrecer su colección a sus visitantes. Los reyes europeos se resistieron más a compartir sus obras de arte con sus súbditos que el empresario guatemalteco con sus conciudadanos.

Porque un coleccionista privado no es un enemigo del patrimonio. Por lo general, es su mejor aliado. Entiende la belleza de los objetos históricos cuando otros aún no se han apercibido. Se empecinan en conseguir y, sobre todo, preservar correctamente esos objetos históricos y, además, tienden a presentar su colección al público.

Wilson Popenoe empezó a guardar la mayólica colonial o de tradición colonial cuando los propios antigüeños la reemplazaban por la loza europea. Hoy la mayólica colonial es muy cotizada y la Casa Popenoe exhibe el origen de ese gusto por conservarla.

Entonces, ¿por qué nos preocupa que el patrimonio histórico esté en manos privadas? ¿Sería posible que el dueño de un terreno pudiera disponer libremente de las piezas arqueológicas que se encontraran en ese terreno? ¿Incentivaría ese reconocimiento de la propiedad el mercado de antigüedades?

Recordemos que hoy buena parte del patrimonio histórico es propiedad estatal y, a pesar de ello, el contrabando de piezas funciona a pleno rendimiento. ¿Sería peor si el mercado fuera legal? ¿U ocurriría que en lugar de un museo Popol Vuh tendríamos docenas de ellos?

No nos confundamos, el patrimonio público no es el de propiedad pública sino aquel que es accesible para todos en las condiciones de conservación adecuadas y con una exposición histórica rigurosa.

Los depósitos del IDAEH o del Consejo Nacional para la Protección de la Antigua Guatemala son de titularidad pública, pero ni son accesibles para los visitantes, ni poseen un relato histórico riguroso.

El museo de Capuchinas en la Antigua, público, cierra los fines de semana que es cuando acude la mayoría de los viajeros. El de Arte Colonial, gestionado por el ministerio de Cultura, presenta serios problemas de conservación, con goteras en muchas salas y una instalación eléctrica en claro riesgo.

En Mixco Viejo, sitio a cargo del Inguat, ni siquiera hay un museo y es fácil ver la cerámica precolombina perdida en las terreras al alcance de cualquiera.

Sin embargo, nos escandaliza hablar de la propiedad privada del patrimonio, o de la financiación privada de los proyectos históricos y arqueológicos, o del mercado de antigüedades.

El museo Popol Vuh, institución privada, celebra su 40 aniversario y abre sus puertas para todos aquellos que quieren celebrarlo. Como parte del evento, se ha montado una exposición sobre los trabajos arqueológicos de Grajeda Mena, cuya colección de arte fue donada por su familia, los Grajeda, a una institución privada, la Universidad Francisco Marroquín. El Popol Vuh celebra sus 40 años de existencia y no tienen que rendir pleitesía a ninguna autoridad oficial, de esas que deberían estar al servicio de la conservación del patrimonio, pero que tienden a ser su principal enemigo.

Porque no es la titularidad del objeto lo que garantiza su correcta preservación y su exhibición adecuada, sino la capacidad de los propietarios de las obras y los museógrafos por realizar acertadamente su trabajo y eso puede ocurrir por igual o mejor en los ámbitos privados que en los públicos.