Invitado de honor
Juan Callejas Vargas: Rescatando la polÃtica
Fecha de Publicación: 04/06/2018
Tema: PolÃtica
Elogio a quien elogia a los políticos y la política
Hace unas horas tuve la oportunidad de leer un refrescante punto de vista sobre la política y nuestros políticos, escrito por José Fernando García Molina. Afirmo que es refrescante, porque, aunque escribir positivamente sobre algunos miembros del gremio que hacen política y se dicen políticos en Guatemala es altamente arriesgado, dado que nuestra cultura muy superficial de juzgar y condenar, expone a quien tenga la osadía de hacerlo, al vituperio y hasta la marginación, simplemente por pensar diferente.
Aprecio y agradezco la valentía de José Fernando. Animo a otros a buscar como aportar al rescate de una actividad tan antigua y frustrante quizá para los guatemaltecos y para quienes como un servidor, ha estado muy próximo a esta actividad y de la cual no puedo renegar y tampoco puedo dejar de ver la necesidad de re-construir para el bien de nuestro país, de nuestros hijos y nietos. La política y los políticos son hoy, si lo queremos ver así, un mal necesario, de la misma forma que el buen magisterio, sacerdocio y/o pastorado lo es para una cultura occidental que se debate entre el dinero y el amor al dinero. ¿Nota la diferencia?
Amargas han sido y seguirán siendo las experiencias que como ciudadanos vivimos, gracias a quienes dicen ser políticos o, porqué no expresarlo de otra manera: a quienes hemos dejado que ocupen los espacios que muchos, siendo buenas personas, de alto nivel profesional y con extraordinarias ideas y de mucho compromiso de trabajo, han dejado ―no digo hemos, porque puedo afirmar que en el proceso desde 1982 he intentado contribuir e incidir en la política nacional― en manos de los más picaros, con honrosas excepciones; los menos preparados, también con honrosas excepciones; y los de menos vocación o llamado para ser políticos de verdad.
Anota José Fernando en su artículo, Elogio a los políticos (y por supuesto, estoy cien por ciento de acuerdo con él):
“Algunos diputados han sido terribles, maleantes, verdaderos saqueadores, consumados extorsionistas, los hubo secuestradores, ladrones de profesión o “pícaro-listo” de pueblo pequeño. Eso es una verdad inocultable. Pero no todos son así. Afortunadamente algunos están empeñados en cumplir su deber, en representar dignamente a sus electores y defender sus posturas. Ellos son los controversiales, los señalados, los que la prensa ―ah, la ceguera de la prensa― suele malquerer y contra quienes se empecina.
Déjeme citar, como ejemplo de estos buenos diputados, a dos opuestos por su orientación política, por su extracción social, por su visión de cómo es Guatemala y cómo debiera ser: Sandra Morán y Fernando Linares.
Usted no puede estar de acuerdo con ambos, sobre una misma cuestión. Aunque sí podría estar en contra de los dos. Pero lo más probable es que favorezca a uno y adverse al otro. Además, si usted puede reunir suficiente objetividad, habrá de reconocer que ambos desempeñan bien su cargo, que los dos representan los intereses y aspiraciones de quienes los eligieron y que ambos actúan con honradez intelectual, manejan un discurso “políticamente incorrecto” y no lo han cambiado a lo largo de su gestión.
Algunas veces el político comete actos verdaderamente heroicos y el público les da la espalda. Aún más, destruye su memoria sin tomar en cuenta lo más importante de su gestión. Se les priva de su lugar en la historia de los países. Confieso que no escapo a esa condición de crítico injusto. En mi descargo y quizá buscando expiar esa culpa, es que escribo estas líneas reflexivas que pienso ampliar más adelante.”
Y esta sinceridad, claridad y honestidad intelectual es la que creo puede ayudarnos a re-construir la necesitada capacidad de liderazgo político que nuestro país necesita. Sobre todo porque pretendemos vivir los valores de una República Democrática y Constitucional, mientras no se nos ocurra otra forma de gobernarnos mejor, toda vez hasta ahora como afirmó uno de los ancianos sabios de nuestra tierra: La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los sistemas políticos restantes. ―Winston Churchill.
Hoy, en medio de luchas casi épicas, países como Nicaragua y Venezuela, con sangre de muchos jóvenes y en medio del caos que la experiencia ha demostrado desde la segunda parte del siglo XX y hasta nuestros días con intentos de otra forma de vida, se lucha en las calles para poder rescatar lo que muchos, no solamente los políticos, entregaron a quienes, disfrazados de políticos, pero siendo hombres de negocio, entraron como lobos con piel de oveja al asalto del Estado. Y nosotros los dejamos, por error u omisión.
Sobre Nicaragua, el buen amigo y columnista de El Periódico escribe su columna “La hora de Nicaragua” y del cual cito, a manera de ilustración el siguiente párrafo: “Hasta hace pocas semanas Nicaragua era el paradigma del clima de negocios ideal en la región. Escuché a empresarios del Triángulo Norte de Centroamérica añorar para sus países a un régimen autoritario y pragmático como el de Ortega. Su filiación izquierdista y la sociedad abierta con Nicolás Maduro e Irán (entre otros “demonios”) les parecían apenas anécdotas postizas. Lo relevante para ellos fue que bajo el vertical dominio de Ortega el sistema económico ganaba la imprescindible, aunque personalizada, certeza: hay una sola puerta –no un laberinto como en el resto de países–, y es suficiente entenderse con el encargado de negocios de los Ortega para que las cosas funcionen como relojito. A eso le denominaron “reglas claras” y “certeza jurídica”.
Por supuesto, nuestros empresarios, no pueden, no deben y tampoco tienen la vocación de ser políticos partidistas, pero estoy seguro, hay en nuestro país, hombres y mujeres que si tienen esta vocación y es a quienes hemos de alentar para ser buenos, excelentes profesionales de la política y sin temor, deben entrar y asumir el riesgo de participar, en la conciencia de que habrán cada vez miembros de la sociedad, de la prensa y del liderazgo de otros sectores que sabrán darle valor a lo que buenamente hacen. Por supuesto, siempre que cumplan con los más sagrados postulados de lo que Juan Pablo II definió como una actividad vocacional al servicio de la humanidad, de tan alto nivel como el sacerdocio es para la fe cristiana católica.