Se cumplen en 2016 doscientos años desde la publicación de la novela Emma, de la inglesa Jane Austen (1775-1817). Quizás no sea su novela más popular, frente a otras más famosas como Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad, que además del texto original, han contado con versiones televisivas y de cine de muy buena calidad. Pero Emma sí puede considerarse la obra más completa en el empeño de Austen por profundizar en la psicología de sus personajes.
De partida, al hablar de Jane Austen pudiera parecer que estamos hablando de una escritora romántica, cuyos libros se limitan a contar las andanzas amorosas por lo general de una muchacha y un muchacho.
Explicado así, un libro en el que chica conoce a chico y después de varios cientos de páginas se casan es bastante más habitual de lo que podemos pensar y habría que incluir muchas novelas que, de partida, no se nos ocurrirían que son románticas. Pensemos en la saga de Harry Potter de J.K. Rowling. En el libro 1, Harry conoce a Ginny Weasley y siete libros después se casan. Pero no hay muchos que estén dispuestos a aplicar el concepto de románticas a las aventuras del joven mago.
O pensando en textos más clásicos, el Guerra y Paz de Tolstoi comienza con Pedro, el hijo ilegítimo del conde Bezújov peleando por su herencia, mientras la adolescente Natasha empieza a sentir los primeros efectos del amor, y la novela de Tolstoi termina cuatro volúmenes después, y con una década más en la vida de sus personajes, cuando Pedro y Natasha se casan.
En fin, que novelar sobre el amor es una buena forma utilizada por Tolstoi, Rowling o Austen para contarnos la historia que realmente querían narrarnos y no la única razón de esa historia.
En el caso de Emma, Austen trata de demostrar que puede hacernos ver el alma de sus personajes a través de sus conversaciones y sus reflexiones. Sin margen para la narración, ni para la descripción. Un texto que no es amable con el lector. Que no le ahorra las charlas banales, ni los momentos de hastío, porque esos también forman parte de la vida cotidiana (de los personajes y de los lectores). Pero que aún carente de amabilidad, nos reta a tratar de entender a los protagonistas, unos protagonistas que no son la típica heroína que se enfrenta a su destino con las armas de su valor y su determinación, sino una mujer, Emma, que a veces es simpática y a veces es desagradable. Que a veces logra tener una buena intuición y a veces se equivoca por completo. Que a veces nos invita a ser su cómplice y a veces rechazamos.
Pareciera atrevido querer comparar a esta supuesta novela romántica con algunas películas contemporáneas donde el director no da margen a la historia, sino sólo a seguir, apoyar o rechazar al protagonista: la Julie de Kieslowski en Azul (1993), caminando entre la inocencia y el ánimo de venganza. O el Moss de No es un país para viejos (2007) de los hermanos Coen, que nos parece tan ambicioso, como digno de lástima. Pero así es Emma. No hay sitio para la lectura trivial, sino una invitación a reflexionar sobre el personaje y, a través de él, sobre nosotros mismos.
Con todo, incluso ante la práctica ausencia de descripciones y narración, sin embargo Emma, y quizás por esa ausencia, se convierte en un retrato aséptico de la sociedad inglesa de los inicios de la Revolución Industrial. Si queremos conocer cómo fueron aquellos que estuvieron detrás del auge de la industria británica, Emma nos dibuja a inversionistas, mercaderes y rentistas, favorables o contrarios a la Revolución Industrial. Un dibujo alejado de la imagen casi idílica de esos padres de la industrialización, hombres aparentemente vanguardistas, fuera de su tiempo. Los personajes de Emma saben bien cuál es la nueva forma de hacer dinero gracias a la industria, pero aún están muy lejos de aceptar el mundo contemporáneo, con su ruptura de las tradiciones, su igualdad de género, de clase.
Emma es, pues, un libro profundamente contemporáneo, si del retrato psicológico se trata (estos doscientos años le han sentado bien), y una curiosa instantánea de la sociedad de comienzos del XIX para aquellos que busquen lo antiquizante de la novela.
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Alberto GarÃn |
Doctor en Arquitectura por la Universidad Europea de Madrid Licenciado en Historia del Arte y |
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