Con motivo del centenario de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), desde hace dos años se han venido editando (como el muy interesante de Margaret MacMillan, 1914. De la paz a la guerra) y reeditando (como el brillante Los cañones de agosto de Bárbara Tuchman) numerosos ensayos sobre este trágico evento, con una característica en común. La mayor parte de esos libros tratan el frente occidental, sin duda, el más sangriento de todos.
Lo curioso es que la Primera Guerra Mundial empezó en Europa Oriental, en Sarajevo, capital histórica de Bosnia, y que el conflicto se gestó en las tensiones entre las potencias europeas aún más al Oriente, en la descomposición del Imperio Otomano, ese viejo imperio que se extendía desde Argelia a Irán y desde el Cáucaso a Sudán: el imperio de Suez y el camino a la India, la puerta de África y del petróleo del Golfo Pérsico.
Es más, cuando esas potencias europeas firmaron la paz en Versalles, en 1919, aún tuvieron que seguir combatiendo, franceses, ingleses y demás aliados contra uno de sus enemigos de la Gran Guerra, Turquía, hasta firmar la paz de Lausana en 1923.
La Primera Guerra Mundial en el frente otomana ha sido una gran olvidada y el libro de Eugene Rogan, The fall of the Ottomans. The Great War in the Middle East (Basic, New York, 2015) viene a rellenar esta laguna.
Para los que se han podido interesar en el frente oriental de la Gran Guerra, hay tres eventos destacados: el genocidio armenio, que aún el gobierno turco contemporáneo trata de negar; la derrota aliada en Gallipoli, a las puertas de Estambul, atribuida, en parte, al atrevimiento de Wiston Churchill, quien no había de volver a ocupar puestos de importancia en el gobierno británico hasta la Segunda Guerra Mundial; y las acciones de Lawrence de Arabia y sus beduinos contra el ferrocarril turco que unía la Meca con Damasco.
Hay más, mucho más: las desastrosas campañas turcas en el Caucaso; el fracaso en el intento de cortar el Canal de Suez; pero también el sitio de Kut, donde cientos de británicos fueron rodeados y finalmente hechos prisioneros en esa ciudad de Kut, en el centro de Iraq; o la mencionada victoria turca en Gallipoli, donde comenzó a brillar Mustafa Kemal, más tarde conocido como Ataturk, el padre Turquía moderna.
Pero mientras se desgranan las batallas, las bajas, los frentes y las negociaciones, hay dos ideas que sobrevuelan el libro de Rogan.
La primera es que el principal riesgo de la entrada del Imperio Otomano a favor de Alemania y Austria era la posibilidad de que el sultán turco hiciera una llamada a la Guerra Santa, la Yihad, que prendiera entre los súbditos musulmanes de Gran Bretaña y Francia, especialmente en la India y el Norte de África.
Algo que tiene una rabiosa actualidad cuando continuamente nos vemos invadidos por las noticias (en los periódicos o en las redes sociales) del inminente peligro islámico en el momento que todos los musulmanes del mundo se unan para acabar con la libertad de Occidente.
Si algo muestra el libro de Rogan es que las potencias europeas tenían tanto miedo a esa Yihad multitudinaria en 1914 como en 2016. Pero si algo también muestra el libro de Rogan es que los musulmanes se combaten entre ellos tanto o más en 2016 que en 1914. Porque el problema no era que el sultán de Estambul llamara a la Guerra Santa, que lo hizo. Sino que los turcos (musulmanes) no se entendían con los árabes (musulmanes). O que entre los árabes, había un claro enfrentamiento entre los hachemitas (hoy gobernantes en Jordania) y los saudíes (actuales dueños de Arabia Saudí). O que entre los hachemitas, las tribus se enfrentaran entre ellas, cuando no era un problema dentro de la propia tribu, como en el caso de los Huwaytat, entre los que había partidarios de los turcos, mientras otros apoyaban a los británicos, como Auda abu Tayi (para los que hayan visto la película de Lawrence de Arabia, Auda era el personaje interpretado por Anthony Quinn).
Una vez más, en 1914, los musulmanes se peleaban entre ellos tanto como en 2016 (veamos el caso actual de Siria o Libia) y el miedo a la gran Yihad sigue siendo una buena excusa para la prensa amarillista o algún torticero vendedor de armas. Dejemos, por tanto, de creer en ello. No va a ocurrir.
Pero hay otro aspecto jugoso del conflicto contra el Imperio Otomano. Si hacemos una lista de las guerras que ha vivido el mundo contemporáneo en los últimos veinte años, buena parte de ellas se han desarrollado en los territorios que ocupó ese Imperio Otomano: desde el brutal conflicto yugoslavo (de la independencia de Croacia y Eslovenia a la de Kosovo, pasando por la guerra de Bosnia) a las sucesivas guerras en el golfo (Iraq contra Irán, Iraq invadiendo Kuwait, Estados Unidos invadiendo Irak); los problemas en el Caucaso (de la guerra de Nagorno-Karabakh entre armenios y azerbaiyanos a Chechenia); las fallidas primaveras árabes de Libia o Siria; o el interminable conflicto israelo-palestino, por no olvidarnos del problema kurdo. Todas estas guerras son el resultado de la descomposición del Imperio Otomano.
Una descomposición azuzada por las potencias europeas utilizando la pólvora del nacionalismo. Un empeño manifiesto en imponer ese modelo de estado-nación allí donde había existido un verdadero estado plurinacional. Donde las diferentes corrientes del Islam, el cristianismo o el judaísmo, lenguas varias, códigos judiciales diversos y hasta hábitos culinarios opuestos habían sabido convivir durante cinco siglos.
Cuando la estupidez nacionalista sigue encendiendo hoy los conflictos más variados, leer a Rogan es muy útil, porque si algo aprendimos de la Gran Guerra en el frente Otomano es cuando creemos defender los intereses de nuestra patria, terminamos por imponer nuestra irracionalidad, destruimos nuestra cultura y también la de los demás.
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Alberto GarÃn |
Doctor en Arquitectura por la Universidad Europea de Madrid Licenciado en Historia del Arte y |
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