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Papiroflexia

Critique de la destruction créatrice de Pierre Caye
Fecha de Publicación: 06/10/2015
Tema: Economía

La destrucción creativa es uno de los conceptos más poderosos de la economía moderna. Termino forjado por el sociólogo alemán Werner Sombart, fue popularizado por el economista Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, socialismo y democracia (1942). En esencia, Schumpeter considera que en una economía de mercado los nuevos productos destruyen las viejas empresas y los modelos de negocio caducos.


El filósofo francés Pierre Caye acaba de publicar la Critique de la destruction créatrice (Les Belles Lettres, París, 2015), donde trata de mostrar los riesgos de la aceptación absoluta de la destrucción creativa de Schumpeter.


Caye parte de dos principios: la mayor parte de los intelectuales contemporáneos han aceptado la destrucción creativa como inevitable. Y el principal riesgo de esa inevitabilidad es que la destrucción creativa no deja de ser destrucción y, por tanto, puede acabar con el medio ambiente.


Si bien es cierto que en algunos momentos, Caye parece referirse al medio ambiente desde una óptica ecologista (en la sintonía de los agoreros del cambio climático), en realidad, el filósofo francés habla de un medio ambiente mucho más genérico. La naturaleza que rodea al ser humano, pero también instituciones, costumbres, símbolos.


Detengámonos un momento en ese amplio análisis que Caye hace de la reacción de los intelectuales sobre la destrucción creativa. La clave está en que la lógica capitalista que ha impuesto ese modelo de destrucción, ha hecho que la sociedad actúe en gran medida a partir del cálculo económico, y los diferentes ensayistas se limitan a ver qué parte de la producción o qué fuerzas productivas son las que desarrollan la destrucción creativa. Y en ese grupo de ensayistas, Caye incluye desde Marx a Heidegger, pasando por Habermas o Foucault. No hay opuestos a la destrucción creativa. Sencillamente, cada cual trata de llevar el agua a su molina. Aún más, el propio Caye reconoce que ya desde principios del siglo XX, la praxeología de Mises había entendido el peso que la economía había adquirido sobre el quehacer social.


Pero ahora, para Caye, se trata de dar un nuevo giro y plantearse qué se puede perder aceptando sin más la destrucción creativa.


Hay una pregunta previa al análisis de las pérdidas. Esa cuestión clave es si los seres humanos sólo vivimos para el hoy, y entonces no nos preocupa la degradación del medio ambiente, o si pensamos en futuro, incluso a muy largo plazo, y, por tanto, deseamos legar una serie de realidades materiales y simbólicas a nuestros más lejanos descendientes.


Si sólo apostamos por el hoy, no necesitamos seguir leyendo el ensayo de Caye, salvo para darnos cuenta de que (casi) nadie es indiferente al futuro.


Con todo, Caye cae en un dilema equivocado. Pareciera que o hay destrucción creativa, o hay conservación. Sin darse cuenta (o haciendo que no se da cuenta) que la conservación es tan intrínseca al ser humano como la creación (destructiva o no).


Para Caye, la conservación se basaría en una herramienta legal: la patrimonialización. Establecer todas aquellas cosas-ideas, susceptibles de ser conservadas para un mejor desarrollo de la sociedad. Y el filósofo no está pensando en monumentos u obras de arte, sino en un conjunto de saberes o de instituciones. El desarrollo social alcanzado en Europa no es exclusivo del crecimiento económico de la Revolución Industrial (que también), sino del legado de unas formas de educación, investigación, gobierno y entendimiento social que han permitido ese desarrollo. Si no garantizamos ese legado, corremos el riesgo de que la destrucción ya no sea creativa, sino absoluta.


Pero aquí vuelvo a insistir en el error (aparente) de Caye. No es necesario abrir el debate entre conservación y destrucción creativa. Estas dos posturas conviven continuamente en el quehacer humano. El gran aporte de Caye es recordarnos esa convivencia. Desde que nacemos, somos reconocidos como hijos de alguien y en el futuro podemos llegar a ser padres de alguien, por tanto, seres con capacidad para recibir y transmitir patrimonio.


O tendemos a organizarnos en ciudades que son resultado de un legado institucional, que en el caso de las más acogedoras, suele ser un legado de muy largo recorrido, ciudades que, además, pretendemos seguir mejorando.


O la reflexión más oportuna: la destrucción creativa genera una serie de productos y esos productos son poseídos por sus usuarios o consumidores, siendo el principio de propiedad unos de  los patrimonios fundamentales de toda sociedad. Como bien recuerda Caye, la propiedad no es un principio natural, sino un acuerdo social que se va transformando y consolidando a lo largo del tiempo. Sin esa herencia institucional, sería difícil defender la propiedad.


El ensayo de Pierre Caye no es sencillo de leer. El autor desea ofrecernos un corpus notable, denso, erudito, sobre el que sustentar sus teorías. Incluso, con un gesto filosófico muy atractivo: el uso del neoplatonismo como herramienta de análisis. Un análisis que no desemboca en una respuesta única (pese a que Caye tiene la suya), sino que nos invita a seguir reflexionando, sobre todo, sobre el valor del patrimonio, de la historia, en la construcción del futuro.