El umbral de la eternidad es la última parte de la trilogía Century escrita por el novelista británico Ken Follett sobre el siglo XX. Autor de novelas de espías en los años 70-80, en los 90 saltó a la novela histórica con Los pilares de la tierra, sin duda la mejor obra de ficción sobre la arquitectura gótica.
En 2010, Follett se embarcó en el empeño literario de narrar el siglo XX. La primera novela, La caída de los gigantes, contaba las vicisitudes de cinco familias (cuatro europeas y una estadounidense) en torno a la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa.
De forma magistral, Follett fue capaz de hacernos entender el sinsentido de la Gran Guerra, con una serie de personajes patéticos que defendían un honor de gabinete, mientras miles de soldados morían en las trincheras, así como las contradicciones de la revolución bolchevique ya desde sus comienzos.
Cuando en 2012 apareció El invierno del mundo, las expectativas eran muy altas. La Crisis del 29, la Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría desfilaron por sus páginas, mientras una nueva generación de las familias de La caída de los gigantes nos narraban sus peripecias. Pero frente a la novela dedicada a la Primera Guerra Mundial, con unos retratos psicológicos notables y una explicación de los conflictos muy razonables, esta segunda parte de la trilogía decepcionó. De repente, el autor de novelas de espionaje volvió a aparecer y si bien es cierto que pudo narrar algunos aspectos oscuros, poco tratados del periodo (la resistencia interna en Rusia a Stalin o la resistencia interna alemana a Hitler), primó el suspense de una novela negra, más que la claridad de una histórica.
El final de la trilogía, centrado esencialmente en la Guerra Fría, prometía más de lo mismo: muchos espías mostrando las interioridades de los rivales soviético y norteamericano. Sin embargo, El umbral de la eternidad no sólo recupera el pulso humano de la primera novela Century, sino que se convierte en un hermoso canto a la libertad de los hombres, centrándose en dos vicisitudes históricas claves entre 1961 y 1989: la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos y, sobre todo, el combate contra el totalitarismo comunista.
Era fácil caer en alguna tipo de apología maniquea, de buenos y malos. Pero lo que hace Follett es mostrar el absurdo de la intransigencia, de la tiranía y cómo el empeño de los seres humanos por combatir la opresión es la mejor arma para acabar con ella.
Es cierto que el novelista británico retrata a unos cuantos personajes ilustres del periodo (los Kennedy, Martin Luther King, Nixon, Juan Pablo II, Gorbachov…), pero, sobre todo, habla de gente común que va reclamando su derecho a elegir, la capacidad de ser libre, sin tener que caer en el enfrentamiento armado, en la revolución sangrienta, pero, además, sin abogar por una ideología extrema como solución única.
Quizás, un pasaje que define bien la transformación vivida a lo largo de esos años es la conversación que mantienen, casi al final de la novela, el anciano conde Fitzherbert, uno de los protagonistas de la primera entrega de la trilogía, con su nieto, Dave Williams, personaje clave de esta última entrega.
El viejo lord confiesa que siempre tuvo claro que los extremismos (el nazismo, el comunismo…) eran los verdaderos problemas, pero que, al mismo tiempo, el debate sereno entre opuestos racionales (él mismo como conservador o su antigua amante Eth Leckwith, como socialdemócrata) era la forma de avanzar hacia una mejor sociedad.
Bien es cierto que el aristócrata británico necesitó casi un siglo para entender que el respeto al otro era clave para el desarrollo humano, pero es que, posiblemente, ese fue la propia evolución del siglo XX, cien años de conflictos hasta descubrir que la solución no era imponer una ideología, sino garantizar el libre disfrute de los derechos ciudadanos a todas y cada una de las personas.
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Alberto GarÃn |
Doctor en Arquitectura por la Universidad Europea de Madrid Licenciado en Historia del Arte y |
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