Hoy día se mencionan muchos derechos humanos, y surgen campeones de los derechos humanos, auto nombrados. El presidente Carter es uno de éstos, y yo también. Sin embargo, sospecho que nuestro enfoque del problema es tan diferente que resultamos ser opositores.
¿Acaso hay un derecho humano más importante que el de cada persona a sustentar su vida misma? ¿El derecho a ser propietario de su cuerpo, y de lo que de él emana: energía, ideas, iniciativa y sentimientos? ¿El derecho a ser exclusivo dueño de las cosas y cualidades propias de su ser, necesarias para sustentar y gozar la vida? ¿El derecho a la libertad de usar su propio escaso tiempo de vida, para las finalidades por él escogidas? ¿El derecho de libre albedrío de escoger entre oportunidades alternativas pacíficas, como buscar su propia felicidad?
Quizá no sobre intercalar aquí lo que, sin embargo, es superfluo estrictamente hablando, y es que si tal derecho se le reconoce a los individuos, tal reconocimiento establece límites a lo que las personas que desean convivir en sociedad pueden hacer impunemente. Quien no respeta el derecho y la libertad ajena no puede esperar reciprocidad de los demás, especialmente porque no respetar los derechos y la libertad de los demás constituye un acto de agresión violenta, que justifica la defensa de quien es agredido. No es posible participar pacíficamente en una organización de personas sin aceptar previamente respetar las reglas del juego. Y es así como el reconocimiento del derecho individual es al mismo tiempo la restricción última a los actos de los hombres en sociedad.
Dicho lo anterior, así en forma abstracta y general, supongo que si lo acepta Carter. Sus incongruencias surgen al traducirlas a la realidad, a lo concreto y específico, al diario vivir.
El derecho a la propiedad exclusiva de sí mismo es la libertad, y es el derecho humano más fundamental. Negarlo sería estar a favor de la esclavitud. Sin embargo, expresar este derecho en tal forma me parece que provoca repulsa y creo que se debe al empleo de las palabras: “propiedad exclusiva” (privada y libertad).
Atribuyo esa repulsa al hecho de que aceptar ese derecho en forma llana, franca y clara haría imposible negar racionalmente lo que son sus lógicas y congruentes consecuencias.
Primero: Que nadie más tiene derecho a lo que una persona llega a adquirir como consecuencia del ejercicio de su derecho a la propiedad exclusiva de su ser, a su tiempo de vida, siempre que en el proceso de adquisición haya respetado el igual derecho de otros; es decir, que no utilice coerción o engaño. El único límite al derecho de posesión es la legitimidad del proceso de adquisición.
Segundo: Como consecuencia, se violan los derechos humanos cuando unos hombres establecen cualquier otro límite cuantitativo a lo que las personas adquieren, no importa si quien establece los otros límites es un lord feudal, un dictador, o un grupo de hombres, sin importar si son pocos o muchos hombres.
Tercero: Dado que es legítima la defensa que un hombre ejerce cuando se le pretende despojar del usufructo del producto de su esfuerzo, de su inventiva y de su tiempo de vida, obtenido respetando el igual derecho de los demás, se violan los derechos humanos al legalizar tal despojo, pasando una ley que obliga a quien comanda la fuerza pública a hacer cumplir dicha legislación impidiendo así, con la fuerza o la amenaza de la fuerza, que el individuo pueda defender la posesión de lo que tiene derecho fundamental a poseer.
Cuarto: Del reconocimiento del derecho de posesión exclusiva del propio ser, se desprende que su participación, renovada a diario, en la organización llamada sociedad, constituye un medio por el hombre escogido para su conveniencia, y no al revés.
Por lo tanto, se viola el derecho de propiedad exclusiva de su ser y de su tiempo de vida, cuando se le expropia sin pago, el producto de su esfuerzo para el uso de otros que no lo produjeron, llamándole a lo despojado «contribución social». Si el hombre tiene derecho a la vida, «la sociedad» no puede ser lógicamente un ente con derechos, pues éstos son individuales.
Los ejemplos anteriores chocan con la corriente ideológica predominante, pues de ellos se derivan conclusiones inaceptables para quienes la solución invariable del problema de Pedro es quitarle a Juan. Choca con la ideología de quienes sostienen que la justicia social consiste en la igualdad de resonadas materiales de los actos de los hombres. Choca con las creencias de quienes creen que la riqueza del mundo es una cantidad fija y que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de otros.
Aparte del doble patrón que Mr. Carter y sus voceros utilizan para juzgar cuando reclaman los derechos de algunos humanos, me parece que ha olvidado los derechos humanos de los norteamericanos, al no proponer la abolición de la legislación que redistribuye el producto del derecho de propiedad del ser humano:
1. Tasas Impositivas que discriminan según cuánto tiene o produce un individuo (impuesto sobre la renta).
2. Obligación de unos de sostener a otros, quienes escogen no aceptar un puesto de trabajo con menor sueldo («seguro» obligatorio de desempleo).
3. Obligación de unos de pagar salarios mayores a los que mutuamente, empleador y empleado, están dispuestos a contraer libremente (salarios mínimos).
4. Tasas impositivas para impedirque unos hombres le compren a otros hombres y tengan así que comprarle a un tercero que libremente no hubiera escogido (impuestos proteccionistas de importación).
5. Desistir de la práctica de desvalorizar el ingreso real de quienes, en su vejez, subsisten de pensiones y seguros que compraron con su trabajo cuando eran más jóvenes, mediante el expediente de desvalorizar el dólar. (Evitar el impuesto llamado inflación).
Y así, se podrían citar innumerables ejemplos delegislación «humanitaria» basada en el principio que el hombre no es dueño exclusivo de su propio ser, de sus ideas, su energía, su tiempo de vida, su trabajo y sus esfuerzos y sacrificios, que «la sociedad» es dueña del hombre, y en su magnanimidad le deja ser propietario de parte de su ser, y todas esas ideas destructoras del derecho humano fundamental que Mr. Carter podría comenzar a tratar de corregir.
Se podrá argumentar hasta la saciedad sobre la conveniencia detodas esas reformas sociales. Pero no veo cómo se pueden conciliar, lógica y congruentemente, con el derecho a la vida. Y esto me recuerda lo que exclama el personaje de los chistes de Peanuts, Carlitos «Amo a la humanidad. Es a la gente que no aguanto».
Quizá Carter lo diría así: «Estoy a favor de los derechos humanos. Es a los derechos de los humanos a los que me opongo».
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