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Papiroflexia

Yo seré la última, de Nadia Murad
Fecha de Publicación: 29/01/2019
Tema: Justicia

 Viajé a Erbil, capital administrativa del Kurdistán iraquí, a finales de 2011. Estaba a cargo de la dirección de un proyecto arqueológico en la ciudadela de origen asirio.

Erbil salía del largo conflicto iraquí iniciado por el dictador Sadam Husein en 1990 con la invasión de Kuwait y agravado cuando, en 2003, el ejército estadounidense ocupó el país.

La llegada de las tropas extranjeras había divido Iraq en tres grandes sectores. El sur, bajo control de la mayoría chií. El norte, dominado por los kurdos, que controlaban territorios fuera de su Kurdistán original, como el área de los yazidíes. Y el centro, el lugar más agitado por los ataques terroristas y que para 2011 aún era un lugar inseguro.

Sí, el norte de Iraq se reconstruía tras dos décadas de guerra. Se edificaban viviendas por doquier, se abrían grandes centros comerciales, se reparaban las carreteras. No, no había turistas en la zona, pero el aeropuerto de Erbil se preparaba para recibirlos.

Sin embargo, tres años después, el territorio fue invadido por las tropas del Estado Islámico (también conocido como ISIS). Esta facción militar islamista radical había surgido a la sombra de la guerra civil en Siria, agrupando a los musulmanes más integristas, que lograron avanzar por el noreste de Iraq. Las noticias eran alarmantes, pues nada parecía contener el avance de los soldados de ISIS. Cuando en los periódicos anunciaron la inmediata caída de Erbil, contacté con mis conocidos allí que me desmintieron la situación. El ejército kurdo había logrado detener la ofensiva del Estado Islámico a unos 90 kilómetros de su capital. Me tranquilicé.

Sin embargo, ahí es donde empieza la historia que relata Nadia Murad, Yo seré la última (Plaza y Janés, Barcelona, 2017).

Nadia es una joven yazidí, esa minoría religiosa del Noreste de Iraq, ni cristiana, ni musulmana, que ha vivido en esa región desde hace siglos a la sombra de las montañas de Sinyar.

En 2014, su aldea, como toda la zona, ante la retirada de los kurdos, fue ocupada por el Estado Islámico.

Los hombres yazidíes detenidos fueron asesinados. Las mujeres, vendidas como esclavas sexuales.

En 2014.

Nadia relata como dieron la voz de alarma gracias a sus teléfonos móviles. Como trataron de avisar de su situación a través de Facebook. Pero nadie les escuchó.

El texto de Murad es un relato crudo, sin concesiones. No es morboso, pero no se ahorra narrar lo que sucedió. Un genocidio. Perpetrado contra los que los integristas del Estado Islámico consideraban que eran unos infieles de los que había que abusar y a los que había que eliminar.

Nadia Murad logró escapar de su cautiverio, logró contactar con Amal Clooney, la famosa defensora de los Derechos Humanos, logró que su voz llegara hasta las Naciones Unidas y que el mundo, en especial, Estados Unidos, actuara contra el Estado Islámico. Pero no logró salvar la vida de su madre, ni de sus hermanos, ni de sus sobrinas. Ni de otros muchos miles de yazidíes.

La historia de Murad sucedió hace cinco años. No es un relato lejano del genocidio armenio. No es una historia más del holocausto judío. No es una narración extraña de la lucha entre tutsis y hutus en Ruanda.

Tampoco es solo una muestra de violencia de género. Las mujeres yazidíes fueron violadas. Pero sus padres, hermanos y esposos fueron masacrados. Por ser de una religión diferente. Por no ajustarse a los rasgos visibles de una determinada cultura. Por pensar que las culturas o las religiones (con sus señas y símbolos) son más importantes que las personas.

La historia de Murad sucedió hace cinco años y es una serie de hechos que se pudieron seguir en vivo a través de las Redes Sociales.

Quizás esa es la parte más dura de lo que Murad cuenta. Éramos testigos, pero no supimos verlo.

Quizás, por ello, hemos de ser más cautos a la hora de hacer frente a los integrismos, da igual que sean fanáticos religiosos o nacionalistas. Cuando los fanáticos toman el poder, habrá una mayoría, quizás atemorizada, que se limitará a mirar hacia otro lado. Además, habrá una minoría que sufrirá la violencia de los fanáticos, con el silencio cómplice de la mayoría atemorizada. Nadia habla mucho de esos cómplices silenciosos.

Quizás, todo pasa por evitar el fanatismo.

La lectura del texto de Nadia Murad es, sin duda, la mejor forma de recordar la necesidad de evitar ese fanatismo.